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Amílcar Cabral: hombre de acción y de palabra

El líder Amílcar Cabral, en una imagen de 1971.
El líder Amílcar Cabral, en una imagen de 1971. GETTY IMAGES AFP
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Hoy se cumplen 45 años del asesinato de Amílcar Cabral, gran exponente de la época de independencias en África e ingeniero agrónomo que dedicó su vida a la consecución de la libertad de su pueblo, el de Guinea-Bissau, hermanado al de Cabo Verde (sus padres eran de allí). A ambos países buscó unir en la lucha por la independencia y como naciones soberanas, aunque la muerte le impidió consumar el sueño de ver eliminado el colonialismo portugués (la independencia de Guinea-Bissau fue declarada en forma unilateral el 24 de septiembre de 1973).

El Estado fascista portugués de entonces es el responsable del asesinato de uno de los fundadores del Partido Africano para a Independência da Guiné e Cabo Verde (PAIGC), organización creada en 1956 como su par de Angola, el Movimento Popular de Libertação de Angola (MPLA) o, más tarde, el Frente de Libertação de Moçambique (FRELIMO). De todos estos, el de Cabral fue el mejor organizado y el que con más facilidad infringió derrotas al ejército portugués. El dirigente se convirtió en el indiscutido referente militar en contra del colonialismo luso y coordinador de esa lucha en el Movimiento Anticolonial (MAC), creado en 1957.

En enero de 1963 comenzó la guerra en Guinea que obligó al Estado portugués a reemplazar cuatro veces al gobernante militar de la colonia. En noviembre de 1973, los avances bélicos del PAIGC (que controlaba la mayor parte del territorio y perfilaba las bases del Estado independiente) más la presión internacional, obligaron a que Lisboa reconociera Guinea como Estado soberano. Portugal reconoció su independencia entre el 26 de agosto y el 10 de septiembre de 1974, meses más tarde de la famosa Revolución de los Claveles en la metrópoli, que también generó turbulencias en Cabo Verde y allanó el camino a su independencia, el 5 de julio de 1975. De la liberación a la unidad de ambos países, siguiendo la idea panafricanista de Cabral, aunque la fractura llegara en 1980.

Cabral dirigió una de las pocas luchas en donde un pueblo derrotó al colonizador y alcanzó la libertad, hecho ignorado muchas veces. La proclamación unilateral de independencia, anunciada por el líder guineano el 8 de enero de 1973, fue lo que le costó su asesinato. Su objetivo fue mostrar al mundo que la ocupación colonial era ilegítima. Para ello comandó el combate y empuñó las armas, además de la palabra. Como orador, dejó una importante serie de discursos, que fueron más tarde editados por el partido y sus simpatizantes, pues en vida no tuvo tiempo de hacerlo él.

La centralidad de la cultura nacional

La praxis revolucionaria del líder guineano fue fruto de una reflexión profunda acerca del colonialismo y sus consecuencias funestas sobre el súbdito, en procura de reconstruir la cultura nacional basándose en la vida comunitaria y democrática como un contrapeso a la pauta cultural opresiva del colonizador. Para ello era fundamental el papel del partido independentista al momento de inyectar el nacionalismo revolucionario necesario para transformar las mentes anquilosadas por décadas de colonialismo. En palabras de Cabral, el movimiento de liberación debía basar su accionar en el conocimiento profundo de la cultura del pueblo y la lucha marcaría la senda del progreso cultural. Cabral remarcó la función de la cultura como factor de resistencia al dominio extranjero, e indicó que solo los movimientos de liberación que lograsen conservar la cultura serían victoriosos. Los colonialistas habían cometido el error de subestimar la cultura del colonizado, una convicción que se mostraría fatal para la metrópoli. La lucha armada lo probaría, entendía el padre de dos naciones. «La cultura de los pueblos africanos florece hoy de nuevo en los movimientos de liberación nacional a lo largo y ancho de todo el continente”, sentenció en 1970.

Para Cabral era ineludible optar por la lucha armada, una alternativa viable en Guinea y Cabo Verde. La cultura debía convertirse en el motor del cambio revolucionario durante la lucha de liberación (que el líder juzgaba transitoria). Se debía reafricanizar como forma de resistencia a la cultura portuguesa e intentar recuperar la memoria colectiva ancestral. Si el imperialismo perpetuaba la opresión cultural, en cambio, la lucha nacionalista debía ser un acto de liberación cultural, el esfuerzo por esbozar una cultura propia siendo consciente del carácter opresivo de la del colonizador. Primero en un estado de debilidad frente al enemigo, luego con fuerza, la cultura propia impregnaría de valor el esfuerzo revolucionario y lo llevaría al éxito. Así lo sintetizó Cabral en el discurso proferido en La Habana en enero de 1966: «La liberación nacional es el fenómeno que consiste en que un conjunto socioeconómico concreto niegue la negación de su proceso histórico (…) es la reconquista de su personalidad histórica y su retorno a la historia, previa destrucción de la dominación imperialista a la que estaba sometido”. En suma, el fundamento de la liberación nacional reside “en el derecho inalienable de cada pueblo a tener su propia historia», agregó. En conclusión, para Cabral la liberación nacional es un acto cultural, comprendiendo el carácter de la cultura de masas.

Pero allí no concluye el razonamiento del líder. La misma lucha debe servir a efectos de no bajar los brazos y evitar caer en el neocolonialismo. En la época que a Cabral le tocó vivir observó que eran dos los caminos: el combate sin tregua y la liquidación del imperialismo y la consolidación del socialismo en muchos espacios. La Revolución Cubana le sirvió como inspiración y hay muchos puntos de contacto entre el guineano y el argentino Ernesto Guevara. Entre volver al dominio imperialista (o neocolonial) o adoptar el camino socialista, en 1966 explicaba lo siguiente: “La opción tomada se verá fuertemente influenciada por la forma de la lucha y por el grado de conciencia revolucionario de aquellos que la dirigen.”.

Pueblo y partido

En el pensamiento de Cabral el pueblo era central, el verdadero destinatario del poder, y el partido el medio para que el pueblo lo conquistara. En 1969 afirmó: «La creación del PAIGC fue el punto de partida para crear en nuestra tierra, Guinea y Cabo Verde, una realidad nueva. Y tenemos que crearla y desarrollarla cada día más, para servir cada vez mejor no solo y principalmente los intereses de nuestro pueblo, sino también a los intereses del África y el progreso de la humanidad”.

El objetivo del guineano era transformar profundamente las condiciones de vida del pueblo. Consciente del atraso de su tierra y de muchas situaciones de miseria, en donde la mayoría de la gente padecía paludismo, así como la situación de Cabo Verde, en la cual –reconoció– murió de hambre más gente en los últimos 50 años que la que habitaba el país al momento de denunciarlo, de todo ello Cabral echó la culpa a los abusos del colonialismo pero también a la explotación del pueblo por la propia gente. No podía haber lugar para el egoísmo, el oportunismo, la cobardía y los prejuicios. Los cuadros dirigentes debían ser seleccionados de lo mejor de la gente que mostrara verdadera vocación de servicio, debiendo infundir la crítica y la autocrítica en la dirigencia así como en las bases. Tuvo verdadera fe en el pueblo: “No debemos tener jamás miedo del pueblo”, advirtió en 1966. Siguiendo el razonamiento, el dirigente no está por arriba del pueblo sino que es su legítimo representante.

El grupo, que en su opinión debía conducir la lucha revolucionaria, fue la pequeña burguesía, el sector que el líder consideraba que sería el primero en tomar real dimensión del carácter de la dominación imperialista. Parafraseando al ingeniero agrónomo, este grupo debía cometer un “suicidio” como clase social para renacer en la condición de trabajador revolucionario, identificado con las aspiraciones del pueblo al que pertenecía. Evocando el ejemplo cubano, el dilema de traicionar la revolución o suicidarse como clase hace alusión a lo que Fidel Castro llamó “el desarrollo de la conciencia revolucionaria”. Con un claro y decidido liderazgo, el partido de Cabral se anotó un importante triunfo en abril de 1972, cuando una misión especial de Naciones Unidas reconoció al PAIGC como legítimo y verdadero representante del pueblo de Guinea y Cabo Verde. Ganaba en legitimidad la causa revolucionaria y quedaba más expuesto el colonialismo portugués, mientras Cabral denunciaba los abusos y destrucción causada por el ejército colonial “un enemigo desesperado y sin escrúpulos”, como lo caracterizó el héroe de la liberación.

Billete de Cabo Verde con la imagen de Cabral.
Billete de Cabo Verde con la imagen de Cabral. OMER FREIXA
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Identificación del enemigo

Para Cabral el concepto de pueblo fue esencial y construido a partir de la trasposición de la identidad del enemigo. En palabras del líder revolucionario: «El pueblo está compuesto por personas que quieren expulsar de nuestro país a los colonialistas portugueses. El pueblo son ellos; los demás, aunque hayan nacido entre nosotros, no lo son. Forman parte de la población de nuestro país, pero no forman parte de nuestro pueblo”. En resumen, el enemigo se define por exclusión, quien no forma parte del pueblo: los representantes del poder colonial y todo aquel, nacional o extranjero, opuesto a la lucha de liberación.

Cabral individualizó a la burguesía capitalista portuguesa como enemiga. Por ende, el gran enemigo a derrotar era el imperialismo, el dominio colonial y sus apoyos, asunto que excedía al PAIGC (era un asunto mundial) y para el cual se pensaban, en última instancia, métodos violentos, conforme cierta tónica marxista y en clave internacionalista, apelando a vínculos de cooperación: “Un hombre que muere en Guinea defiende indirectamente Angola y Mozambique”, reflexionó Cabral en un informe de situación de guerra de 1971.

El pleito no era con Portugal sino con el Estado fascista y sus agentes. En efecto, el fundador del PAIGC denunció a la metrópoli como un país atrasado cuyo Gobierno se obstinó en mantener tres guerras coloniales genocidas en paralelo, conservando al pueblo portugués en la miseria e ignorancia. Más allá de la situación del pueblo portugués (oprimido en su tierra), el líder guineano reconoció que el combate era el de todos los pueblos sometidos a dominación extranjera, «sea cual fuere la naturaleza de dicha dominación”.

Así agradeció el apoyo y expresó solidaridad con todas las causas justas del planeta y las fuerzas en África persiguiendo iguales objetivos que el PAIGC (como los movimientos de liberación de las otras colonias portuguesas y la resistencia al Apartheid), sin descontar la invalorable ayuda aportada por los países socialistas (en especial la Unión Soviética y Cuba). Pese a la distancia, fuera de África, el PAIGC se solidarizó con todo pueblo agredido o sometido: Palestina, Vietnam, Timor Oriental, o en América Latina a los que resistían el imperialismo y el fascismo (como los afroamericanos en los Estados Unidos), etcétera.

En suma, Cabral luchó con cuerpo y mente contra la explotación del hombre por el hombre (en cualquiera de sus formas) y ese combate lo pagó con su vida.

 

Publicado en:
https://elpais.com/elpais/2018/01/11/africa_no_es_un_pais/1515688185_879690.html
http://www.africafundacion.org/spip.php?article29368

 

 

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