Artículos académicos, Historia africanista

Crónicas «capetonianas»

Nueve días para descubrir una ciudad que abre las puertas a África

Ubicada muy cerca de la confluencia de los Océanos Atlántico e Índico, del renombrado Cabo de la Buena Esperanza por su descubridor, Ciudad del Cabo, Cape Town o Kaapstad, según la lengua en cuestión entre las once que se hablan a nivel oficial en Sudáfrica, es una de las tres capitales del país y fue la que elegimos para conocer en nueve días, llevándome una impresión grata de la Nación del arco iris, según la definiera el arzobispo y Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu.

Una crónica de mi vivencia (con la familia) en una ciudad que, con algo más de 4 millones de habitantes, me generó la necesidad de conocer más Sudáfrica, abriendo el apetito voraz de querer visitar, además, otros países africanos, pese a las distancias y los costos. Desde Buenos Aires, y con unas 30 horas promedio de viaje, un pasaje (ida y vuelta) a Dakar (Senegal), por ejemplo, según las fechas, puede costar hasta USD 4500 en clase económica. Por el momento no hay vuelos directos a ninguna capital africana desde Argentina.

Primeras impresiones

Un comentario frecuente (y oído al contar mi futuro itinerario) respecto de programar un viaje a algún destino sudafricano es que si se viaja a Cape Town, a Sudáfrica en general, no se lo hace a la verdadera África, al continente profundo. Sí, en un sentido meramente geográfico; empero, considerando que es una ciudad de cultura considerablemente británica, no pierde su africanidad pues esta urbe combina lo más costumbrista de la cultura del colonizador con ciertos retoques localistas, dándole un aspecto de a momentos ecléctico. Fue mi primera incursión en lo que se puede denominar el África subsahariana, si se me permite la expresión, puesto que no es más que un convencionalismo occidental denominar de tal forma a ese espacio tan vasto y diverso. Conocí una pequeña porción de un país tan rico y diverso como es Sudáfrica. Su diversidad nota al descender del avión, en el aeropuerto bien moderno y confortable de Cape Town se leen carteles bilingües (en inglés y afrikáans, sendas lenguas del colonizador). Saliendo a la ciudad el idioma se complejiza, signos en tres y hasta en cuatro lenguas. Por caso, la sede de la Corte Suprema, enfrente de donde estuve alojado, tiene su indicación en inglés, afrikáans y zulú. Los cajeros automáticos también utilizan varios idiomas.

Política

2019 es un año clave para el país austral, a un cuarto de siglo del fin de la desaparición del Apartheid y en meses ajetreados, puesto que en mayo se vota por el sucesor del actual mandatario, Cyril Ramaphosa, en elecciones generales. En buena parte de la vía pública se observa la propaganda electoral, en particular con llamados a romper el dominio del African National Congress (ANC), desde la llegada de la democracia y el primer presidente negro Nelson Mandela, en 1994. Lo insta la Democratic Alliance (DA), principal fuerza opositora hoy. En un viaje en Uber de los varios efectuados (legalizado y que funciona a la perfección), el conductor, dado a la conversación a excepción del resto, nos comentó que su fe está depositada en el novedoso Economic Freedom Fighters (EFF), una antigua escisión del ANC con un liderazgo más joven y que presenta un discurso político bastante radical si se compara con el conformismo del ANC o las críticas de la DA. Sin embargo, el chofer agregó que la clase política es la misma en todo el país, solo piensa en su interés, aunque ve cierta excepcionalidad en la figura de Julius Malema, el líder y fundador de los ultraizquierdistas EFF.

El ANC atraviesa un momento muy difícil. Sin apoyo del primero y bajo mucha presión, el presidente Jacob Zuma se vio obligado a renunciar, ante la posibilidad de atravesar un juicio político fundado en más de 700 acusaciones, como que el exmandatario utilizara fondos públicos para remodelar su lujosa residencia. Lo que sucedió con Zuma refleja algo que trasluce en los últimos años, el partido gobernante desde 1994 ha perdido prestigio y hoy se ve socavado por la crítica frente a la corrupción, el aumento de la pobreza y la imposibilidad de combatir las diferencias socioeconómicas que lega el Apartheid. En efecto, la herencia racista es bastante visible hoy. Hay espacios donde no se observa la presencia de personas blancas, y viceversa. Los precios también discriminan, los rangos populares son destinados al consumo masivo, léase negro o africano, una cerveza con un costo mayor para blancos, otra para los coloured y, finalmente, las más económicas para africanos. El Apartheid también conlleva una definición espacial. En los barrios más acomodados, los rostros africanos disminuyen, sumado al fenómeno del turismo. Y también a la inversa. Nuestro departamento de alquiler estaba enfrente de la Suprema Corte de Justicia. En más de una semana de estadía no vimos un solo juez negro, sí una mujer, por supuesto blanca, con sus largas togas negras.

Seguridad y advertencias

Como cualquier gran ciudad del mundo, hay que tomar los recaudos convenientes en materia de seguridad. La pobreza a veces se combina con el delito. La primera es acuciante y visible en la cantidad de gente que pide en las calles (comida, no dinero, lo que generó una sensación rayana entre la incomodidad y la tristeza) y en una venta ambulante prolífica. Todo lo imaginable es susceptible de ser ofrecido en la vía pública, incluso droga (marihuana), sin importar el horario.

Cape Town es una ciudad bastante segura en líneas generales en lo que refiere a robos violentos. De todos modos, una sugerencia para evitar cualquier disgusto es estar en casa temprano, cuando comienza a oscurecer, alrededor de las 18 en verano, puesto que la ciudad adquiere el aspecto de un pueblo deshabitado del far west, donde casi no quedan locales abierto a excepción de los bares y algunos pocos comercios de gastronomía. Los negocios abren, en general, entre las 8 y las 18 horas. En efecto, un bar enfrente del edificio cerraba sus puertas a esa hora, no mucho más tarde, o incluso antes, todavía de día, y aun con cierta actividad en la calle. En la noche de la famosa Long Street hay que estar con los ojos bien abiertos. Nuestro edificio estaba a una cuadra. Es muy frecuente el hurto en los múltiples bares y boliches a lo largo y al interior de los locales nocturnos de una de las avenidas más importantes de la ciudad. Por otra parte, lo más probable es toparse con un número importante de personas ebrias y el riesgo de sufrir una experiencia incómoda y/o desagradable, nada que otra gran ciudad no tenga. También con las primeras oscuridades se multiplica el número de gente que pide en la calle, incluso madres con su prole en brazos. Viajando con mi esposa e hija de año y medio, no juzgamos conveniente un ambiente así de inseguro para pasear de noche. El paseo lo reservamos desde bien temprano. Es decir, no se sintió miedo, pero si las ganas de tomar recaudos a partir del atardecer. Los townships no son turísticos, excepto que se preparen excursiones, como la ofrecida en uno de los city tours. En mi opinión, es exotizar y naturalizar la pobreza, convertirla en un consumo casi pornográfico.

Otra cuestión que me llamó la atención fue el de los ruidos molestos. Estando a unos 100 metros, la música del boliche lindero a Long Street se escuchaba con una intensidad considerable por lo menos hasta la hora del sueño, sin impedirlo, pero era oíble, como un ruido de fondo ciertamente molesto que, de no ser turista, me preocuparía. Entonces, por unas pocas noches y en plan vacacional, nadie va a escandalizarse. Sin embargo, no creo que sea una buena zona para residir en forma permanente y menos que se pueda reclamar de noche por ruidos molestos, el ambiente se torna algo pesado como para preocuparse por locales ruidosos.

Otro punto importante es la presencia de servicios de seguridad privada por doquier, independientemente del tamaño del local, además de múltiples carteles de advertencias de no ingresar en un predio privado, siempre bajo riesgo personal. En una de las playas observamos que cada casa tenía su propio vallado y seguridad privada, una al lado de la otra, pese al semblante paradisíaco y el verde en abundancia. Este aspecto tan recurrente es una rémora de épocas más inseguras, al menos en Cape Town. Los guardas, siempre masculinos, no están equipados con armas de fuego, pero sí con macanas y algunos con esposas. En algunas esquinas encontramos guardias de seguridad urbana, municipales.

Trato al turista

Una cuestión más bien africana que reluce en el trato con el turismo es el pedido de propinas por parte del personal de determinados establecimientos. Tras poco más de diez horas de vuelo procedentes de Sao Paulo, al llegar a los puestos de Migraciones en Johannesburg y validar el ingreso a Sudáfrica (ante mi sorpresa por no exigirnos el certificado de vacunación de fiebre amarilla), una mujer identificada con un chaleco, trabajadora del aeropuerto Oliver Tambo, que llevaba a una anciana en silla de ruedas, se ofreció a ayudarnos a pasar más rápido los controles, dado que nosotros íbamos con nuestra hija en su cochecito. “Acá nos ayudamos entre todos”, nos dijo. Al terminar su “servicio” nos pidió una suerte de “colaboración” y mi esposa le entregó un dólar (siquiera habíamos podido comprar rands con anticipación, portábamos dólares o euros). A pesar del discurso de la solidaridad, la mujer le respondió a Laura que a ese monto lo juzgaba bajo y así le entregó un dólar más. Es muy común en el país que los empleados públicos refuercen sus sueldos con dinero proveniente de ayudas informales. Luego recordé que había leído el dato en varios blogs de lectura previa al viaje. También nos sucedió al llegar al aeropuerto de Cape Town a la partida, dos maleteros nos ayudaron con nuestro copioso equipaje a pesar de que nos habíamos quedado sin moneda local. Les advertí varias veces durante el ingreso con los carritos que no tenía más rands, a lo que respondían que no había problema. Sin embargo, como sé que gratis no hacen el “favor”, pese a que tienen un sueldo fijo, Laura, mucho más atrás, les entregó un euro (algo escaso puesto que eran dos mis asistentes temporales). Se retiraron en forma seca y siquiera respondieron gracias.

Noción del tiempo

Otro aspecto cultural, que trasciende Sudáfrica, es el manejo de los tiempos. Pese a la ultra conocida puntualidad británica, la noción temporal local escapa a ese rigor. Con el encargado del departamento quisimos coordinar dos encuentros, truncos. En el primero, mucho tiempo más tarde del horario acordado avisó que no llegaba a tiempo. Decir determinada hora implica tal vez unos 40 minutos de retraso (con suerte) o nunca, así fue cómo llegó al departamento una mañana para entregar solo cuatro rollos de papel higiénico. Desde que nos recibió e hizo entrega de las llaves, con algunos imprevistos, como que la empleada de limpieza quiso abrirme la puerta del edificio y olvidó el llavero adentro del departamento, y apenas hablaba en inglés, el muchacho malawiense insistía en volver a pasar a dejarnos más elementos para tornar nuestra estadía más grata. Sin embargo, Uber funcionó sumamente puntual y todos los choferes eran lugareños. Nadie se puede molestar por la impuntualidad, no hay formalidades. Un detalle de nuestro anfitrión Joseph, migrado a Sudáfrica en 2009 como es tan frecuente el movimiento migratorio intra-africano y mayor a la diáspora externa, me llamó la atención porque estaba vestido de etiqueta. Luego explicó que es ministro pentecostal y salía de un oficio. La mayor parte del país práctica el cristianismo protestante, presente en varios credos, como el pentecostal que viene en ascenso en los últimos años. También el islam suma una población menor y en Ciudad del Cabo con su barrio, Bo-Kaap, un pequeño y pintoresco vecindario de casas pintadas de colores y algunas mezquitas donde la gente es amable y te saluda. Al ser turístico, en las veredas hay venta.

Medioambiente

Algo que no nos anotició Joseph es el uso de la energía eléctrica, al menos en el edificio. A los cuatro días de alojados, una noche tuvimos un apagón. Perseguido por el fantasma porteño de los numerosos cortes de luz sufridos, pensé que se trataba de algo generalizado. En efecto, es muy común en determinadas ciudades en África apagones frecuentes y duraderos. Pero, para el caso, luego de constatar, era propio. Al no tener Wifi y sin conexión en absoluto, traté de pedir ayuda y tocar puertas de los departamentos cercanos, pero sólo en el último alguien atendió, un piso arriba. Le expliqué la situación al vecino y muy amablemente me acompañó para señalarme, detrás de la puerta de mi dormitorio, la presencia de un tablero, que obviamente habíamos ignorado como huéspedes temporales. En el último ingresó un código y se hizo la luz en cuestión de segundos. Se trata de un sistema prepago, a diferencia del local, en donde allí se abona y luego se utiliza el servicio. El vecino tan generoso ingresó 100 rands y, pese a que me negaba la devolución del efectivo, le devolví el monto. Cuando le explicamos la situación a Joseph, vía WhatsApp, se comprometió a cargarnos más con el envío de un código numérico y, con su última carga, no tuvimos más riesgo de otro apagón, puesto que con la suma del vecino tuvimos que hacer algunos malabares para que el visor no llegara rápido a cero. Al momento del check-out nuestro anfitrión nos devolvió los 100 rands de aquella noche retribuidos al hombre de arriba. En conclusión, es un sistema muy útil que hace consciente del uso responsable y del no despilfarro de electricidad.

Para visitar Cape Town se debe estar también muy atento al consumo responsable del agua potable. El año pasado la ciudad y el territorio provincial sufrieron una sequía inédita, arrastrada desde 2015, y por poco se llegó al “día cero” de abastecimiento acuífero. Sin embargo, algunos esfuerzos y un clima más amigable provocaron que la fecha haya sido pospuesta, una vez más, posiblemente a algún momento de este año, según se estima, ya que en 2019 el clima local sería más seco que el del año pasado. Por ende, como es un riesgo latente, la propaganda es abundante y también las medidas. A la población no se le permitió utilizar más que 50 litros diarios de agua por habitante en el peor momento de la crisis, implicando que apenas si hubo agua para regadío y piletas, además de duchas breves y una lista pública de los mayores derrochadores. En consecuencia, en varios baños públicos diversos carteles advertían sobre el uso responsable del agua. Además, en la sede del gobierno provincial, un gran cartel toma nota de este riesgo ecológico con una propaganda bien detallada informando al público sobre la persistencia del problema. Esta crisis que vivió la zona puede ser un problema en el planeta a futuro, como para ir tomando nota y sentando precedente. Sobre todo, a efectos de generar conciencia del empleo responsable de los recursos del planeta en general. Pese a ello, el verde se aprecia muy bien al recorrer la ruta del
vino, parte de uno de los circuitos del city tour. Sudáfrica ha desarrollado un polo vitivinícola nada despreciable desde aproximadamente los últimos 20 años.

Transporte y costos

Mucho tiempo antes de viajar tuve referencias paupérrimas del tiempo y la calidad de los viajes en transporte público en Sudáfrica, uno de los varios motivos por los que optamos por utilizar Uber. No obstante, decidimos ir y volver no en Uber sino en el tren económico a Simon’s Town (23 rands ida y vuelta por persona, unos 60 pesos argentinos), un pueblo a pocos kilómetros de la ciudad, que nos encantó por la excesiva tranquilidad, playa casi desierta y una suerte de réplica de Ciudad del Cabo, pero como en miniatura. El viaje de ida y vuelta me pareció una experiencia positiva. En el vagón de la ida las paredes estaban prácticamente cubiertas de avisos, mini afiches sobre curanderos, amarres amorosos y propaganda proaborto, en un país donde este último es legal desde 1997. Otro detalle del transporte público es que, al igual que en la calle, la venta ambulante es estrepitosa, dos vendedores entraron al vagón y depositaron sus cajas llenas de productos. Uno vendía frutas y en apenas diez minutos su cajón se vació. Un niño vendía tres bananas por 10 rands, alrededor de 30 pesos nuestros, buen precio a nuestro cambio, recorriendo el vagón de punta a punta. En general, si bien los precios no favorecen mucho al cambio argentino, sin embargo, frente a lo caro del costo de vida en la Ciudad de Buenos Aires, no resulta tan costoso. Por ejemplo, en un desayuno muy básico, gastamos el equivalente a $337, alrededor de 120 rands entre dos, por tostadas y, de bebida, café. Es lo que pagaríamos, a grandes rasgos, en Buenos Aires. En forma similar, con alrededor de un 10% de propina está bien.

Los dos acontecimientos no muy gratos, ambos a la vuelta, fueron, el más leve, una demora y una suerte de acoso a una pasajera por parte de quien se le sentó al lado. El primero sucedió cuando el vagón iba mucho más cargado que a la ida. Se trató de una demora de aproximadamente diez minutos, pero suficiente para que algunos pasajeros empezaran a descender y temí correr esa suerte de quedar a medio camino de recorrido en una ciudad desconocida (y con mi hija de año y medio). Nadie protestaba. Para mí no es algo fuera de lo normal pues estamos habituados en la Ciudad de Buenos Aires a los problemas usuales con la frecuencia del subterráneo, por ejemplo. Por suerte, la formación reanudó la marcha hasta destino, la estación central ferroviaria de Cape Town, otro lugar que recomendaría evitar en particular de noche.

El otro suceso se dio cuando un joven se sentó al lado de una pasajera –estimo– de su edad, como macho alfa, piernas extendidas y casi cercando a la pasajera, a la cual acompañó también cerrando la puerta de acceso al vagón, como una seña de predominio masculino. Al principio la escena me incomodó, nadie reaccionaba. Al final la conversación se tornó en lo que pudiéramos llamar chamuyo por estos lares. A la chica le tocó bajar, el muchacho corrió su pierna y la conversación continuó. El inglés sudafricano es muy cerrado, pero llegué a entender que ella le respondió que tal vez tenía una oportunidad con él, acompañando la sentencia con una sonrisa más bien leve, al bajar. En un momento la escena se suspendió porque el chico le pidió unos maníes a otro pasajero, sentado enfrente (y al lado mío), a lo que varios pasajeros le pidieron y el señor compartió sin ningún problema, hasta acabar su bolsa. Gentileza. Volviendo a esa situación incómoda de la que fui testigo, ¿no generaría un escándalo en Buenos Aires? Pensaba, casi fantaseando dado el contexto, en intervenir. Hubiera sido una locura. Tres motivos: 1) el acosador tenía compañía, 2) en un país que no conozco y con cierta barrera idiomática, 3) y, último pero fundamental, con mi hija y esposa.

Excursiones

Remarco dos momentos emotivos del viaje. Visitamos una reserva natural privada a dos horas de viaje desde la ciudad. Me emocioné al ver animales sanos y salvos, puesto que es frecuente leer noticias de matanzas de ejemplares de elefantes, ante todo por su marfil. No es una excursión barata conocer Aquila Private Game Reserve and Spa (una de las tantas aledañas a Ciudad del Cabo). Para dos adultos pagamos con antelación 4700 rands (casi $13 000). Más costoso todavía era alojarse una noche en el hotel, opción que descartamos.

El otro momento emotivo fue en el Victoria & Albert Waterfront, ver y fotografiar el monumento dedicado a los cuatro Premios Nobel de la Paz sudafricanos, estatuas de Nelson Mandela, Frederik de Klerk, Albert Luthuli y Desmond Tutu, y de fondo el canto precioso de un coro góspel callejero.

Para finalizar, la mejor vista de la estadía fue la panorámica urbana desde el mirador de Table Mountain, una de las nuevas siete maravillas del mundo, al que se asciende y desciende mediante un teleférico gigante, no apto para quien sufre vértigo y/o acrofobia. La vista permite observar Robben Island, distante a 12 kilómetros, prisión que durante el Apartheid albergó prisioneros políticos de la talla de Mandela. Desoladora y breve estadía. Me recordó los campos de concentración nazis.

Vista de la entrada en Robben Island. Foto del autor.
Vista panorámica desde el mirador en Table Mountain. Foto del autor.

Publicado en Revista Africanía. Cultura, Academia y Sociedad, N° 3, mayo de 2019, pp. 12-15.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *