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Otro 25 de Mayo

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El Cabildo de Buenos Aires, donde se gestó el Primer Gobierno Patrio. Foto: Archivo

 

Para muchos el 25 de Mayo de 1810 marca el nacimiento de la nación argentina. En esa línea interpretó el pasado nacional el ex presidente y padre de la historiografía liberal Bartolomé Mitre, a fines del siglo XIX, en el momento en que se consolidaba la Argentina como Estado y como Nación. Pero esta lectura histórica incorrecta (aunque funcional a la visión de quienes construyeron el país) es la que se reproduce en la educación argentina y construye el sentido común argentino.

Entre varias imprecisiones que han penetrado en el último, Mitre agregó que los negros se extinguieron gradualmente de modo que la frase «En Argentina, negros no hay» hoy se repite hasta el hartazgo. Para comprender la impronta de esa apreciación no hay mejor que revisar la manera en que se celebran los actos escolares en el país. Tomando este mes de mayo, es interesante centrarse en la gloriosa jornada de la Revolución de Mayo en la que se ve entre los escolares en su representación, pequeños tiznados de negros ejerciendo de comerciantes de velas, mazamorra, aguateros y otros oficios considerados populares. Al llegar el 9 de Julio, sin embargo, todos los jóvenes actores son blancos. En forma similar, el acto que conmemora al General San Martín ofrece una visión de un personaje blanco y europeo, cuando se sabe que el prócer argentino tuvo ascendencia originaria por parte materna. La iconografía en parte reflejó esto último.

Lo que reflejan los actos escolares es que se relega a la comunidad negra a un espacio de exclusión, como lo ha hecho en primer lugar el relato histórico, del que la representación escolar es tan solo una de las consecuencias. Hay una operación simbólica de negación. Según el relato mítico de origen de la Argentina, si el país nació en 1810 y hasta ese momento la población afrodescendiente era casi la mitad de su población (en Buenos Aires 9.215 de 32.558 habitantes), en un trecho temporal no muy largo ese colectivo desapareció, lo que vendría a simbolizar la representación del acto por los festejos del Día de la Independencia y la resultante ausencia negra. Para justificar lo que a la élite de la Generación del 80 le interesaba, demostrar que el país era blanco y europeizado, debieron negarse otras raíces, como la negra. En consecuencia, la historia mitrista cimentó la visión de un país moderno sin rastros africanos, con el afrodescendiente relegado al pasado previo a 1810, los tiempos coloniales. Un recuerdo lejano y, sobre todo, no argentino. Lo primitivo quedó relegado a la impronta negra y africana.

 

Cabildo Abierto, 22 de mayo de 1810. Wikipedia

De este modo la élite y sus historiadores solidificaron un relato en el cual lo negro se diluyó entre la ascendente marea inmigrante, que comenzó a arribar al país a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y las propias dificultades de existencia del grupo, como una seguidilla de guerras, epidemias, baja tasa de natalidad y duras condiciones de vida. Para la época fueron muchos los testigos en aducir que los negros se iban extinguiendo. Pero no es lo mismo la desaparición que la manipulación en las cifras, como llevaron a cabo los estadistas del mito de una Argentina blanca. En otros términos, al negro se lo mató desde las palabras, un verdadero «genocidio discursivo», según explican los investigadores del tema. Si bien no hay cifras tan grandes como en Brasil, el Censo de 2010 indicó 150.000 afrodescendientes reconocidos a sí mismos y 2 millones con sangre afro en sus venas en la Argentina. No hubo desaparición, sí ocultamiento y negación. Muchos por vergüenza negaron ser negros, por ejemplo, mientras se negó la presencia para olvidar la infamia de la esclavitud. En resumen, que exista hoy en día un relato consensuado acerca de la desaparición negra en el país es el resultado exitoso de la forma en que se narró la historia argentina, desde el campo de los vencedores. Es un mito construido por la historia oficial, el cual debe ser desmontado.

Dicho relato mítico oculta otros hechos cuyo menosprecio atenta contra la diversidad cultural argentina y, en este caso, frente a la población afrodescendiente local. El 1º de mayo también se celebra el día de la Constitución que abolió la esclavitud y cuyo texto fuera aprobado en 1853. Pero como si se tratara de conferir benevolencia anticipada a las autoridades, se enseña desde la infancia que la Asamblea del Año XIII abolió la esclavitud, cuando en realidad confirió la libertad de vientres. Sin embargo, se lo hizo en términos mucho menos generosos respecto de la forma en que es habitualmente presentada la ley por los textos escolares. Tal norma otorgó en forma gradual la libertad a los esclavos nacidos a partir del 31 de enero de 1813, si bien conservó la condición de dependencia hacia el ex amo durante toda la adolescencia del joven.

Al entender del relato nacional hegemónico y decimonónico, menos importante resulta la forma en que se presenta al Virreinato del Río de la Plata, creado en 1776. Por tratarse de un continente olvidado (y sus descendientes en América en cierto grado también), se pierde de vista que esa estructura política hispanoamericana poseía una cuña en África ecuatorial, actualmente la pequeña (pero rica en petróleo) Guinea Ecuatorial. Recordando mayo de 1810, una vez producida la Revolución y el envío de las proclamas al interior comunicando lo acontecido en Buenos Aires y solicitando el acatamiento al movimiento emergente, debido a la lejanía, quedó aislada del proceso y continuó su curso como colonia española, hasta 1968. En definitiva, el pasado africano y la vinculación con África misma están más cerca de lo que un relato tradicional haría creer. A 205 años de los hechos, hay que seguir recordándolo.

 

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www.eleconomistaamerica.com.ar/politica-eAm-ar/noticias/6732546/05/15/Otro-25-de-Mayo.html#Kku8AFpuTI7IteTk

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