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Rosas y el candombe

«Candombe Federal, época de Rosas», obra de Martín Boneo (Wikipedia)

Durante su gobierno, Juan Manuel de Rosas mantuvo con los negros una muy buena relación. Las procesiones y otros gubernamentales contaron siempre con la presencia de ellos. Sin embargo, esta cercanía fue utilizada por sus críticos para acusarlo de la posesión de esclavos, argumentando que la esclavitud no fue abolida oficialmente sino hasta 1853, un año después de su caída.

Como relata José Luis Lanuza[i], en una de sus principales estancias, Rosas tuvo 33 esclavos, y si bien no los elevó socialmente, mantuvo una actitud amistosa hacia negros y mulatos[ii]. De hecho, muchos escapados del Brasil, le pidieron la libertad al Restaurador y los morenos lo veían con afecto por considerarlo libertador de los africanos[iii].

Los candombes, entre otras manifestaciones, mostraron las dimensiones del rosismo y un próspero momento entre los negros y el poder.

 

La “fiesta” rosista

El candombe, baile por antonomasia de los negros, tuvo su apogeo en la época rosista y se mantuvo en alza hasta su final, tras la batalla de Caseros, en 1852.

Hacia 1870 ese baile comenzó a extinguirse[iv], conforme señalan las crónicas.

Existen varias menciones del apogeo de los bailes de negros en el período. “El pueblo bajo, compuesto en buena parte por negros y mulatos, está conforme con Rosas como lo estuvo en la Roma de los césares con Claudio, con Nerón o con Calígula”[v], expresó un contemporáneo.

La relación entre Rosas y sus seguidores morenos marcó a sus enemigos, los unitarios quedaron indisolublemente ligados en la mente de sus enemigos, los unitarios. Sarmiento, uno de sus más acérrimos críticos, también señaló la importancia de esa relación: “Rosas se formó una opinión pública, un pueblo adicto en la población negra de Buenos Aires, y confió a su hija, doña Manuelita, esta parte de su gobierno. La influencia de las negras para con ellas, su favor para con el Gobierno, han sido siempre sin límites…”[vi].

Rosas, pragmático y hábil, entendió desde temprano la conveniencia de movilizar a un sector numéricamente importante, los negros, y para ello contó con la ayuda de su influyente esposa, Encarnación Ezcurra, quien organizó candombes por cuenta propia, por más que su marido la alentara, según lo atestigua una carta. En ésta Rosas le escribe: “Ya has visto lo que vale la amistad de los pobres, y por ello cuanto importa el sostenerla y no perder medios para atraer y cultivar sus voluntades. No cortes, pues, su correspondencia. Escríbeles frecuentemente, mándales cualquier regalo sin que te duela gastar en esto. Digo lo mismo respecto de las madres y mujeres de los pardos y morenos que son fieles”[vii].

Como se ve, el matrimonio en el poder y su hija, Manuelita, tendieron un lazo muy fuerte con la colectividad negra de la ciudad de Buenos Aires y esa relación quedó reflejada en los candombes. Así lo entendió el Dr. Ramos Mejía al evocarlos como “…algo así como las nupcias del amo con la plebe…”[viii].

En genuinos actos de provocación, Manuelita bailaba con hombres negros suscitando el escándalo entre las filas unitarias, como se plasma en la siguiente observación: “Y hela ahí danzando cuatro o seis horas con ebrios, con asesinos y hasta con negros una vez. Danzando no los bailes de la sociedad culta, porque eran unitarios, sino los bailes de la plebe, con todos esos movimientos repugnantes y lascivos que llaman «gracia»”[ix]. Lo hacía al ritmo de las comparsas negras, las reuniones de las “Naciones”, comunidades de afrodescendientes de Buenos Aires.

No obstante, haber recibido críticas y quejas abiertas por eso, don Juan Manuel hizo oídos sordos. Por otra parte, tuvo varios defensores: en 1843, un partidario expresó en el diario oficialista La Gaceta: “El general Rosas aprecia tanto a los mulatos y morenos que no tiene inconveniente en sentarlos en su mesa y comer con ellos…”[x].

Los candombes, según sus adversarios, mostraban la parafernalia del régimen rosista y probaban su demonización. En éstos los negros sacaban a relucir las insignias federales rojas, la divisa punzó. El baile despertaba los peores temores en los respetables blancos unitarios frente a los excesos de los rosistas negros, porque en los candombes se tenía la impresión de que los de color enloquecerían. Ramos Mejía, quien trazó un perfil psiquiátrico de Rosas, escribió: “…la extraña mascarada sugería el presentimiento de que serían aquellas pobres bestias una vez enceladas por la acción de su chicha favorita o por el cebo apetitoso del saqueo, consentido y protegido por la alta tutela del Restaurador[xi]. La sensación que se repite en los testimonios es la de miedo. Muchos percibían en los candombes el siniestro peligro de una invasión de tribus africanas desnudas, un trasfondo ideal para la proliferación de la lujuria y el crimen al ritmo del tambor. Esas fiestas, se argumentaba con preocupación, alentaban la insumisión de los esclavos y eran interpretadas como una transgresión muy seria a la tradición hispánica y católica.

 

El candombe, un baile popular

¿Cómo eran los candombes, los bailes populares, en época de Rosas? Comenzaban con loas al Restaurador, versos escritos por los negros mismos o por sus propagandistas. Una copla decía: “Ya vites en el candombe/cómo gritan los molenos/¡Viva Nuestro Padle Losas/el Gobelnadol más Güeno!”[xii]. El candombe rosista en uno de sus versos decía: “¡Qué honó é pa la neglada/vino lo retauradó/cun la niña Manuelita!/Cómo saluda e tambó!” y remataba el himno con una genuina declaración de adhesión partidaria: “¡Viva la fedelación/viva lo neglo fiel!/tenguelemo libeltá, ¡Viva don Juan Manuel!”[xiii].

Los tambos en esas entonaciones son sinónimo de naciones y Rosas las movilizó a todas en 1836 con motivo de la celebración de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, en la actual plaza homónima. Más de 6.000 negros participaron del acto, según registran las fuentes. Juan Manuel, Encarnación y Manuelita presidieron el candombe, desde su posición de reyes, acompañando a los jefes de cada uno de los tambos. Fue una jornada especial y una demostración de las fuerzas del régimen.

Otra semejante y multitudinaria se dio en 1838, con motivo de la celebración del Día de la Independencia, en donde fueron invitados los miembros de todas las naciones porteñas. Celebraciones de tamaña envergadura hacían estallar la cólera de los unitarios, como se lee a continuación: “…el dia de beinte y cinco que a sido tan respetado y debe Ser mientras Buenos aires existe yego al ultimo grado de bileza y desgracia Rebagando un dia Como ese a terminos de poner tambores de negros ese dia en la plaza.[xiv]. Incluso, en uno de los peores gestos de provocación de los que se recuerda, Rosas utilizó a dos mulatos como introductores de embajadores extranjeros, Biguá y Eusebio, dos “locos” que lo entretenían en Palermo[xv].

Por lo general, cada nación bailó candombe en su propia sede, ya sea en dos hileras o en ronda común. Además de las ocasiones señaladas, en Navidad y Año Nuevo, se congregaban alrededor del Restaurador y éste les devolvía el gesto. En la víspera de las festividades, cada nación enviaba un delegado para tratar con él y su familia. No había música. Rosas luego enviaba su delegación, incluidas a las damas federales, encabezadas por Manuelita.

En Nochebuena estallaba la algarabía. La fiesta consistía en comer, beber, cantar y, también, hacer candombe. Rosas se fundía entre la multitud, aunque al comienzo se presentaba vestido con uniforme y revistaba las filas de alegres bailarines. Más tarde se hacía ver como soldado, engañando y entreteniendo a los negros que al comienzo lo veían desaparecer y, preguntándose dónde estaría, luego lo reencontraban vestido como uno más, tras la pequeña broma. Finalmente, se mostraba ataviado como paisano, y a caballo.

Los negros temían dejar de contar con el apoyo de Rosas, pero eso no aconteció; por el contrario, esas manipulaciones encubiertas mostraban que tras el aspecto lúdico y la aparente disipación de las fronteras étnicas, había una fidelidad digna, pero acompañada por una advertencia sobre su poder y la posibilidad de mostrar su cariz represivo ante el menor gesto displicente.

Durante su extenso gobierno, el candombe tuvo su momento de mayor difusión, tras varias prohibiciones, como la de 1820. Rosas ordenó bailarlo hasta los domingos, además de las fechas especiales en que ya se acostumbraba y reemplazó la procesión cívica de días patrios por desfiles de negros. En suma, muchas veces la ciudad devino una fiesta, porque tras cada victoria federal, desfilaron bandas de músicos negros por sus calles. Además del candombe, los negros gozaron de otras ventajas tangibles. Por ejemplo, en 1839 se abolió el tráfico de esclavos y fueron frecuentes donativos a las sociedades africanas de ayuda mutua. La buena relación entre Rosas y sus adeptos negros también se mostró en el servicio de las armas; si bien el servicio militar más de las veces no era voluntario y el tiempo de conscripción se hizo muy prolongado (10 a 15 años), los hombres de color respondieron de buen modo al llamado en defensa de la Federación. Como en épocas pasadas, también Rosas contó con batallones formados exclusivamente por negros[xvi]: la Guardia Argentina y el Batallón Restaurador.

 

Fin de fiesta

El hecho de que Rosas utilizara a los grupos subalternos para sus logros políticos y personales, marcó un precedente en la historia argentina y fue leído como una amenaza por las clases altas de Buenos Aires. Asimismo, ayudó a hacer mala fama a los hombres de color.

El Restaurador, para sus enemigos, era la versión porteña de los caudillos federales del interior a los que tanto aborrecían. Para ellos, el caudillo era la imagen de la barbarie, y la gente de color quedó automáticamente asociada a esas representaciones. También lo negro fue asociado con lo feo y por ellos los críticos del régimen atacaron a la esposa del Restaurador apodándola “mulata Toribia”.

El año 1852 quedó registrado como una bisagra y el inicio de una buena época para todos a los que el odio antirrosista había aglutinado en el pasado; los exiliados durante las dos décadas previas eran numerosos. Una vez caído Rosas, tras la derrota en Caseros, muchos volvieron y se dispusieron a construir un país cuyo modelo mirara a Europa, pero no a la tradición hispánica, ni mucho menos a la indígena o africana

De todas formas, el fantasma del resurgimiento del Restaurador contribuyó a mantener a los grupos negros a raya, incluso impidiéndoles la posibilidad de congregarse para evitar eventuales conspiraciones que alentaran su retorno.

Sin embargo, no todos los negros se llevaron bien con el Restaurador y el apoyo no fue unánime. Mientras los enemigos del régimen hicieron todo lo posible para socavar el apoyo de los negros al caudillo, algunos de estos últimos se enlistaron en las filas unitarias, como el coronel José María Morales, militar afrodescendiente llegado a mayor rango. No faltaron las conspiraciones en contra del Restaurador. Algunos mulatos participaron en complots contra Rosas, como Félix Barbuena, uno de los presuntos instigadores del movimiento que concluyó en 1839 con la Revuelta de los Libres del Sud. Muchos de los disidentes se habían infiltrado en las naciones, como un batallón desafecto, el cuarto de Cazadores. Durante todo el período, la esposa del Restaurador lo alertó de numerosos complots para asesinarlo.

Además, si bien Rosas se mostró condescendiente y comprensivo, como en anteriores gobiernos, tomó medidas adversas contra la comunidad afrodescendiente. Por ejemplo, en 1831 renovó el tráfico esclavista y permitió su funcionamiento abierto (si bien ocho años más tarde, como se indicó, lo abolió). En 1834 reimpuso la obligatoriedad del enrolamiento de libertos.

La adhesión de los negros a Rosas tuvo varios motivos pero no se pone en duda su autenticidad. Ahora bien, su participación en las filas del caudillo afectó la reputación social de los de rostro de bronce tras 1852.

Para los unitarios, de ahora en más dueños de la situación, los negros habían sido callados mientras el rosismo quedaba como un recuerdo desagradable del pasado. El escritor José Wilde lo resumió así: “Vino el tiempo de Rosas que todo lo desquició, que todo lo desmoralizó y corrompió, y muchas negras se revelaron contra sus protectores y mejores amigos. En el sistema de espionaje establecido por el tirano, entraron a prestarle un importante servicio delatando a varias familias y acusándolas de salvajes unitarios; se hicieron altaneras e insolentes y las señoras llegaron a temerlas tanto como a la Sociedad de Marzorca.” [xvii].

Soldados rosistas (Revista Persona)

Entonces, en el espíritu de la nueva era inaugurada a partir de 1852 se quiso erradicar el pasado salvaje, con una operación simbólica, derrumbando en 1899 el antiguo caserón de Rosas ubicado en Palermo, nombre del barrio actual que coincide con el santo más venerado por los negros de Buenos Aires. Así acabó el último vestigio del período de gloria para los morenos en su relación con el poder, momento en que el negro se convertía en poco más que un recuerdo difuso y horroroso del pasado.

 

NOTAS

[i] Lanuza, José Luis: Morenada. Bs. As., Emecé, 1946, p. 167.

[ii] Lynch, John: Juan Manuel de Rosas. Bs. As., Hyspamérica, 1986, p. 121.

[iii] Idem, p. 120.

[iv] Rossi, Vicente: Cosas de negros. Bs. As., Taurus, 2001, p. 89.

[v] Manso de Moroña, Juana: Los misterios del Plata. Bs. As., J. Menéndez, 1936, p. 204.

[vi] Sarmiento, Domingo F.: Facundo. Bs. As., Losada, 2008, pp. 330-331.

[vii] Reid Andrews, George: Los afroargentinos de Buenos Aires. Bs. As., Ediciones de La Flor, 1989, pp. 116-117.

[viii] Ramos Mejía, José M.: Rosas y su tiempo. Bs. As., Emecé, 2001, p. 207.

[ix] Mármol, José: Manuela Rosas: rasgos biográficos.  Montevideo, 1851, p. 16.

[x] Reid Andrews, ob. cit., p. 117.

[xi] Ramos Mejía, ob. cit., p. 447.

[xii] Reid Andrews, ob. cit., p. 119.

[xiii] Carámbula,  Rubén: El candombe. Bs. As., Ediciones del Sol, 2005, p. 97.

[xiv] Reid Andrews, ob. cit., p. 120.

[xv] Rossi, ob. cit., p. 85.

[xvi] Reid Andrews, ob. cit., pp. 138-139.

[xvii] Idem, p. 121.

 

Publicado en:

Revista Todo es Historia, edición de abril de 2015. Suplemento educativo 2015 «Cosas de Negros», pp. 43-48.

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