Ensayos, Historia africanista

Si Prometeo fuera negro

Si Prometeo fuera negro
Retazos de un continente. África no cambia. Sentido común. Crisis, muerte, desolación, las imágenes repetidas de todos los días. Se dice que los africanos son improductivos, solo generan tragedias y problemas. No son autosuficientes, se valen de otros para que les solucionen sus dificultades. Un continente en crisis del cual solo se insiste desde el costado de las penurias.
Ejemplos (innegables). Malí en crisis. Un gobierno de escasa legitimidad surgido tras la transición de un golpe militar en marzo, es parte de un proceso que truncó el desarrollo de hasta entonces una de las democracias más estables de África. En tanto, parece que Somalía recién sale del foso, tras 20 años de guerra civil, pero las penurias de la población civil son inmensurables. Decenas de miles en riesgo alimentario en el Sahel, epidemia de ébola en Uganda, monumentos históricos destruidos en Malí, etc. En República Democrática del Congo las cosas están teñidas por el mismo color pero con la diferencia que solo en el este del país el control de la capital no existe y la vecina Ruanda tiene mucho que ver con lo anterior. La joven República de Sudán del Sur batalla contra su homónima del norte su razón de existir y también los motivos geoestratégicos y económicos convierten la causa más encarnizada: en particular el petróleo. El antiguo Sahara español atraviesa un gran problema humanitario. Los refugiados se agolpan en la vecina Argelia y mientras tanto el caso se llevó al Comité de Descolonización de la ONU sin grandes cambios. Gambia ejecutaría a decenas de prisioneros reviviendo las peores épocas de carniceros como Idi Amin de Uganda o el Emperador Bokassa de la República Centroafricana, quien en los ´70 se creyó que era la reencarnación ni más ni menos que de Napoleón Bonaparte, pero siglo y medio después. Los ejemplos pueden seguir…
¿Alimentan estas descripciones las imágenes de un continente devastado?
Lamentablemente, sí. Esas panorámicas, de algún modo, reviven las descripciones de los autores antiguos, pero sustancialmente alteradas. Homero se refirió a los etíopes como un pueblo perfecto. Los escolásticos mencionaron pueblos lejanos felices y salvajes. Para un autor renacentista como Petrarca los africanos vivían en un comunismo primitivo pero idílico. La Ilustración maximizó esas descripciones, creando el conocido mito del “buen salvaje”. Sin embargo, hoy pareciera que, en las descripciones ingenuas del continente, el espacio para recrear el buen salvaje no tuviera lugar. La crónica prioriza la destrucción y el drama diario de muchos. Se incita a creer que el africano es malo y egoísta por naturaleza. Es una visión “negra” -si se permite el término- de lo negro. En realidad, concebir África en esos términos es -tal vez- vernos en el espejo del otro. O mejor dicho, y como expresa el africanista Ferrán Iniesta en el libro El Planeta negro, “liberar a África del círculo estéril de tópicos y utopías que constituyeron nuestro imaginario colectivo es mucho más que un ejercicio teórico: puede y debe ser una invitación a meditar sobre nuestra sociedad y sus relaciones con las otras”.
Hay que ser críticos de los a priorioccidentales, sugiere este historiador. Empezar a pensar África desde los patrones no occidentales es la mejor forma de entenderla. Allí ya no se verá solamente lo que se quiere ver, la lección que dejó el colonialismo: un continente devastado cuyos habitantes no se valen por sí mismos. Podrá pensarse en una civilización egipcia antigua negroide o vislumbrar la posibilidad de ver negros en la Roma imperial, imágenes que no se conciben en nuestro sesgado paradigma educativo eurocéntrico. Y a pesar de que en fecha tan reciente como 1986, y después de que la UNESCO aceptara la africanidad de la cultura egipcia, una obra negaba la matriz afro de la sociedad de los faraones. Sentido común: los egipcios son “padres” de los griegos y romanos, la continuidad de la civilización indoeuropea. Hay más: los egipcios eran oriundos de Europa central “y se broncearon, pero no tanto como los negros”, indica el egiptólogo Gastón Maspero. De 1895 data su teoría. Otros autores agregaron que su lengua caucásica se “contaminó” con elementos africanos. Ahora bien, más de un siglo transcurrió desde esas desopilantes afirmaciones que gozaron del crédito científico por largo tiempo. No obstante, estas ideas -si bien pueden parecer hoy ridículas- alimentan el sentido común y refuerzan la imagen de África como el continente de las catástrofes.
En suma, autores reconocidos en los ´60 y ´70 indicaron que los africanos aprendieron de los bereberes, los árabes (aunque no se escatiman palabras para inferiorizarlos) o de un Egipto igualmente “blanco”. Estas impresiones aún aparecen hoy, el polo no negro que nutrió el África subsahariana. A partir de esto: ¿cómo no van a concebir muchos que los africanos sean improductivos y no se valgan por sí mismos? Dice el mito griego que Prometeo robó el fuego a los dioses para enseñárselo al hombre. Ahora bien, este semidiós no debía tener un exceso de pigmentación sino Egipto no hubiera brillado como lo hizo.
Sentido común, Egipto, una civilización blanca, nutrió a la gloriosa Grecia, cuna de nuestra civilización, una de blancos donde no hay lugar para el negro, o a lo sumo existe un “no lugar”, un espacio ignorado, plagado de catástrofes, cuna de la maldad y del egoísmo inherente de los incivilizados no blancos.

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