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La representación mediática de África en Occidente y la extroversión continental

Estas páginas comprenden un replanteo en la forma en que se ve África hoy día tanto desde adentro como desde afuera, a partir de introducir una suerte de matiz en las ideas de un reconocido africanista y politólogo francés, Jean-François Bayart, respecto de un artículo de su autoría publicado en 2000, “Africa in the world: A history of extraversion”.
Ante todo, se debe comenzar con una consideración general que compete al sentido común y a la imagen que construyen los medios masivos de comunicación sobre África, en este caso entendida al sur del Sahara. En ella existen algunos tópicos usuales que se desprenden de un análisis muy superficial. De todas las caracterizaciones que se le confirieron al continente, se centrará en una: la situación de presunto aislamiento continental, de la cual deriva la pretensión de ahistoricidad que le adjudicó Europa desde siempre. Hoy día, muchas de las imágenes que se reproducen a diario muestran un espacio aislado, como si África no tuviera puentes de contacto con el resto del mundo, y se tratara de otro planeta (González Calvo, 2009:156). En pleno siglo XX, un testimonio de 1954 reproduce esa visión (Bayart, 1999:23).
Está de más decir que estas imágenes ingenuas inundan los medios de comunicación actualmente. Sin embargo, el viejo mito del enclavamiento debe ser desterrado, ya que, como escribió Bayart: “El continente en sí no ha dejado de ser permeable a los intercambios con el resto del mundo, sobre todo como exportador de oro, esclavos y marfil.” (Bayart, 1999:40). La muestra de lo que el africanista entiende como extroversión, es decir aquellas tácticas que emprendieron activamente los africanos para no relegar África a un espacio marginal en la configuración mundial, se intensificaron en época moderna.

Hegel (Wikipedia)
Pero la inserción desigual africana en el sistema internacional se conmuta como sinónimo de dependencia y falta de iniciativa, lo que implica carencia de historicidad y autonomía para los africanos. En realidad dependencia y esta última deben ir de la mano al explicar lo africano (Bayart, 1999:50). Sin presuponer lo anterior, así es posible apreciar la forma en que los medios acostumbran a distorsionar la realidad mostrando imágenes de África bucólicas y pretenden que esa es toda la descripción posible de un espacio gigantesco, como si no existieran las grandes ciudades, sólo aldeas cuyos habitantes conocen apenas pocas millas más allá de su hogar y no mucho más. Casi un retorno a la Edad Media en pleno siglo XXI, paradójicamente, la era del triunfo de la globalización. Los tópicos indicados reproducen lo que la ciencia europea moderna identificó como típicamente africano. El filósofo de la Modernidad, Hegel, concibió en el siglo XVIII un continente asimilado a un enclave aislado, rodeado de selvas, desiertos y apegado al primitivismo (Bayart, 2000:217). Si bien una plétora de autores discutió la visión esencialista de los africanos cuestionando los postulados hegelianos, no obstante, el sentido común y los medios masivos de comunicación continúan reproduciendo imágenes estereotipadas de los africanos, revalidando la opinión del filósofo alemán, como se verá.
            En particular, llama poderosamente la atención que si se ha cuestionado y superado la idea de concebir África como un espacio aislado, no obstante los medios de comunicación tienen una visión deformada sobre éste, como se dijo, transmitiendo estereotipos al informar y ofrecer descripciones de los países al sur del Sahara que no se ajustan a la realidad de lo que es un continente variopinto. Es decir, la hipótesis que trabajará este artículo se origina en una suerte de agregado crítico a la idea de un África extrovertida, tal como la entiende Bayart. En principio y siguiendo al autor, si se concibe un continente en relación con el mundo, no obstante en ningún momento el autor indica la existencia de conocimientos sobre éste fuera de África y allí reside el problema, tal conocimiento dista a pasos agigantados de ser perfecto. Se ingresa en el terreno de las visiones deformadas, es decir, los estereotipos.
            Como se adelantó, cabe aclarar que no es objeto de estas páginas someter a una minuciosa crítica el planteo de Bayart, puesto que es más qué válido. Como él argumenta, África desde tiempos inmemoriales nunca estuvo aislada y los habitantes contribuyeron a cimentar su dependencia siendo partícipes de la propia historia (Bayart, 2000:218). La resistencia a ver lo último obedece al sometimiento histórico a Occidente, primero a través de la trata esclavista y más tarde por medio de la colonización directa (Bayart, 1999:22). En realidad, sugieren estas páginas, la propuesta es más bien incluir y dar cuenta en el análisis de un objeto de actualidad que el autor no contempló en su estudio oportunamente.
Las (de)formaciones mediáticas
            El objetivo de esta sección es pasar revista a los estereotipos que se construyeron desde los medios de comunicación sobre África y los africanos.
No cabe duda de que África existe en nuestras mentes: las universidades acogen centros de estudios «africanos», las empresas y los bancos tienen departamentos de «África» (…) y por último (aunque no en importancia) los africanos se proclaman africanos.”, escribió Bayart (Bayart, 1999:59). Si bien lo anterior es cierto, el problema reside en la forma en que los otros (los no africanos) piensan África. Entonces, ante la ignorancia se erige el estereotipo. Para concebirla por sí misma lo más recomendable es hacerlo sin compararla con Occidente, en contraste, lo que asiduamente se realiza. La óptica de Bayart, a partir de la idea de extroversión, enseña a pensar un África activa y con conciencia histórica. Por lo general, el análisis académico aprendió la lección. Pero la mayoría de los medios masivos de comunicación no. Precisamente, se piensa la realidad continental en los medios de comunicación sin perder de vista el enfoque comparativo, por lo que aparecen las distorsiones. El análisis académico entiende que la peculiaridad del África subsahariana resiste la metodología de utilización de los parámetros comparativos a partir de lo occidental, por lo que ese método debe ser descartado (Bayart, 1999:59).
¿Qué es el prejuicio o el clisé? Chabal y Daloz responden. “Los clisés son siempre un resultado de la debilidad analítica, pero no siempre están equivocados, puesto que se basan en una percepción distorsionada de acontecimientos reales.” (Chabal y Daloz, 2001:16). Ahora bien, ¿cuáles son los prejuicios más corrientes? Los medios hoy representan África comparándola con lo que ésta no tiene respecto de Europa y tienden a considerarla homogénea, como una sinécdoque (Sendín, 2009:45). A pesar del paso del tiempo, se repite la mirada que tuvieron los exploradores al servicio de las coronas quienes recorrieron África en la segunda mitad del siglo XIX (Castel y Sendín, 2009:7).
No hay mala voluntad periodística, hay unos axiomas modernos que construyen una África de la inepcia, la sinrazón y el horror.”, argumenta
Ferran Iniesta (Castel, 2007:12). Como sea, las representaciones usuales del continente la muestran como violenta, pasiva, dependiente de la ayuda externa pero a la vez aislada del mundo, en suma, un espacio signado por las catástrofes, que se explican de una forma irracional apelando al tribalismo y al despertar de pasiones atávicas en un continente habitado por personas incapaces de gobernarse a sí mismas y sin futuro. En este sentido, fue paradigmático el caso del genocidio ruandés. Se liga lo negro con lo irracional, con el instinto pasional para justificar el desmadre. Empero, también África es presentada como armónica, aunque dicha visión dista de ser positiva porque se le imputa una naturaleza salvaje, inocente y primitiva, presentada sólo para el deleite del europeo con africanos meramente pasivos, componiendo parte del paisaje natural (Castel, 2009:37-38) (Castel, 2007:45-46) (González Calvo, 2009:158). Esta segunda imagen cultivó el mito del buen salvaje (Castel, 2007:26).
            En general, la información sobre África es raquítica y abunda el desinterés. Si ha de aparecer algún contenido, sólo remite a la barbarie y la crueldad, lo único que llama la atención a la prensa del continente (Sendín, 2009:52). Es decir, son insistentes los reportes informativos alienantes de guerras y conflictos, abomban y desfiguran la capacidad de reacción. Si se trata África, parece que lo violento fuera lo único que sucede allí. De este modo se explica que el consumidor de noticias refuerce el imaginario de este continente como el espacio de la tragedia por naturaleza y de sus habitantes como niños incapaces de poder gobernarse (una vez más recurriendo a la comparación, en la infancia de Occidente), o bien bárbaros sedientos de sangre. El continente queda en cola de prioridad a menos que se trate de una catástrofe dentro de la tendencia de los medios a mostrar cada vez más el espectáculo o lo que se denomina una “pornografía de la violencia” en la que se manifiesta la violencia sin sentido de los otros mostrando a los productores de noticias como sensatos y pacíficos (En especial tratándose del genocidio de 1994. Mamdani, 2003:58). “Los cadáveres inundan las informaciones sobre las guerras africanas”, sostiene Castel (Castel, 2009:39).
       Fuera de las tragedias, que le valen el apodo de “continente maldito” (Castel, 2007:15) de África casi no se habla en los medios. Es la idea con la que un autor resume y llama la atención sobre la presencia en los medios, en forma de oxímoron, de un “silencio clamoroso”. La pretendida marginalidad de África en el mundo periodístico se condice con la ausencia de información debida no al racismo sino al hecho que transmitir noticias sobre los africanos no cuenta como negocio ya que se trata de pobreza y marginación (González Calvo, 2009:152). Simplemente, África no vende en el juego de intereses de Occidente y si lo hace debe ser transformada en ficción una tragedia real, sin ahondar en las causas. El genocidio ruandés fue lo más evocativo al respecto.     
Una de las postales típicas de África
            Otro de los planteos típicos o acusación que se la hace a África es estar marginada, es decir, ubicarse fuera del sistema global o, en el mejor de los casos, estar integrada sólo de manera superficial. De allí deriva la pobreza y el subdesarrollo, como una consecuencia del grado débil de integración. Samir Amin cita cifras de las cuales se infiere que África es la región más pobre del sistema mundial moderno, explica que su PBI alcanza tan solo el 21% del promedio mundial y el 6% del centro desarrollado. Sus importaciones y exportaciones implican una pequeña parte del comercio mundial, pero eso no es sinónimo de que el continente esté marginado, alega. Al contrario, los países marginalizados son súper explotados, ubicados en el sistema en una condición sumamente desventajosa. La marginalidad es un concepto equívoco. “Mi conclusión es que todas las regiones del mundo, incluyendo a África, se encuentran igualmente integradas en el sistema global, pero están integradas de manera diferente”, sostiene el economista egipcio (Amin, 2007:6) quien coincide con la argumentación de Bayart, ya que el francés sostiene el África como un actor en el proceso de globalización cuya agravación de la dependencia implica la integración acabada del continente en el escenario de la economía mundial y no su marginación (Bayart, 2000:238).
            Entonces, en ningún modo África está marginada del mundo. Si hay que adherir a alguna de las dos posiciones sobre la globalización, entre aquella que denuncia el estado catastrófico del continente a partir de la débil inserción africana en la economía mundial, frente a la otra escuela que responsabiliza a las políticas neoliberales, está fuera de toda duda coincidir con este último planteo (Kabunda y Santamaría, 2009:75). Pese a que África es sin dudas la peor víctima de la globalización, extrae beneficios de la violencia y del crimen. Su criminalización se basa en que participa en dichas redes, y éstas extienden sus lazos mucho más allá de sus fronteras. El continente no es absoluta e inocente víctima de la violencia sino que de ella extrae beneficios, en otras palabras, instrumentaliza el crimen. El desorden político a nivel continental es aprovechado por algunos africanos para enriquecerse (Chabal y Daloz, 2001:132).
            Bayart explica la forma en que las guerras no son producto del aislamiento de África, al contrario, son estrategias de la extroversión que aseguran a grupos locales pingües ganancias. Las guerras, vistas como un síntoma del primitivismo africano, no son más que la manifestación de la inserción africana en redes y prácticas mundiales (Bayart, 2000:240). El quid de la cuestión lo resume el africanista Frederick Cooper cuando sostiene: “El problema de hacer de la integración el patrón -y medir todo lo demás como carencia, fracaso o distorsión- es que se pregunta qué es lo que realmente está pasando en África.” (Cooper, 2002:15).
           De África se habla como un infierno o un paraíso, pero nunca se lo trata de sitio normal. No se puede describir en términos ordinarios o neutros porque los africanos no tienen un discurso propio (González Calvo, 2009:163). El africano es el otro por excelencia, el despreciable ocupante de un entorno del cual no puede provenir otra cosa más que los males. La imagen que se forjó en el período colonial hoy continúa en boga (Castel, 2007:30). La noción del atraso africano a partir de la pretendida irracionalidad de sus habitantes, a diferencia de Occidente, no retrocede en los enfoques periodísticos sino que hoy se cree más en ella que al comienzo de las independencias africanas (Chabal y Daloz, 2001:207).
Inmigrantes africanos
           
               El relato de Occidente sigue construyendo la representación y alentando la difusión de imágenes que hacen parecer a los africanos seres despreciables que concitan la lástima, cuando no el odio. Así se alienta el racismo. En España, respecto de los inmigrantes africanos, es un lugar común en la imaginación popular calificarlos de holgazanes, indecentes, ignorantes, supersticiosos, inferiores e incivilizados. Con frecuencia se oye decir que las hambrunas y las crisis en el continente se deben a las pocas ganas de trabajar que tienen y su salvajismo congénito (Ndongo-Bidyogo, 2009:172).
            Como lo primero que prevalece ante el observador de África es el caos, es más fácil acercarse a esa realidad confusa a través del estereotipo y el prejuicio que analizar detenidamente un conglomerado heterogéneo pero enormemente desordenado. Se naturalizan las percepciones y se cree que África es una sola e inferior a Occidente para evitar dolores de cabeza analíticos. Sin embargo, no hay gen alguno que predisponga al africano a ser salvaje y violento, o corrupto y holgazán, pese a que se lo represente violento por naturaleza. Los africanos llevan vidas cotidianas tan parecidas a los europeos o norteamericanos (Castel, 2007:15-16). Pero sólo nos llegan las malas noticias de ellos. “Las «bad news» no dejan espacio al África que avanza, capaz de resolver sus problemas, y nos presentan una parte, al África en crisis, que existe, como si fuera el todo.” (Castel, 2007:47).
             Si en Europa todo es bueno, una vez más por comparación, existe un África peligrosa la cual queda indisolublemente asociada a personajes históricos negativos como Idi Amín, Jean-Bedel Bokassa, Robert Mugabe y otros. Es decir, se termina pensando que todos los africanos son terribles como aquéllos (González Calvo, 2009:157). Se ignoran por completo talentos de la talla de Kwame Nkrumah, Leopold Senghor, Julius Nyerere, Nelson Mandela, etc. Se puede tener la impresión de que el continente retrocede si se repara solamente en lo conflictivo, y que de alguna manera se estaría retradicionalizando, en especial pensando en lo que las noticias presentan como el recrudecimiento de la política tribal y la etnicidad, en clave de una realidad primitiva y barbárica (Chabal y Daloz, 2001:81). Predomina el sesgo primordialista en las informaciones periodísticas que se dan sobre África, como si todos los conflictos tuvieran una explicación de corte tribal que retrotrae a antagonismos y odios del pasado entre pueblos incivilizados (Mamdani, 2003:58-59).
            Siendo un tema suficientemente abordado en las disciplinas respectivas, destaca la forma en la que los medios masivos de comunicación construyen la visión de la realidad. “Ya se sabe que de lo que no informa la CNN no existe”, indica González Calvo (González Calvo, 2009:154). Los medios, y en especial la televisión, tienen el poder de generar el efecto realidad, es decir, hacer creer lo que muestran, parafraseando al autor Sendín. “Lo que no existe en los medios no existe en las mentes de las personas”, resume el autor español (Sendín, 2009:47). A partir de estas consideraciones se explica cómo perduran, en este caso, los estereotipos sobre África y los africanos. No parece haber mucho consenso para que esta situación se modifique, se verá por qué en la sección final de este trabajo.
Superar contradicciones
            Si para los europeos del siglo XIX, África era la esencia de lo desconocido (Sendín, 2009:45) es posible preguntarse si esta premisa de algún modo actualmente continúa teniendo vigencia. Los estereotipos aquí analizados confieren credenciales de validez a la ignorancia que se tiene del continente fuera de éste. Por su parte, si África es extrovertida, menos se conoce cómo funcionan los mecanismos de la extroversión y para el público en general pasan desapercibidos reforzando la situación de aislamiento y primitivismo de los africanos. Cómo es dable formular esta sentencia tan negativa para África que pondría en disgusto a más de un africanista, merece una justificación que se expondrá a lo largo de esta última parte del escrito.
            En base a lo desarrollado anteriormente, es conveniente dar cuenta de una ausencia en la argumentación respecto a la idea que trabajó Bayart sobre la extroversión africana. Es decir, habría que responder a la pregunta de por qué si se supone que África está extrovertida y tiene relaciones -a su modo- con el resto del mundo, no obstante, los medios de comunicación del mundo la siguen presentando como la tierra de la barbarie, lo primitivo y demás elementos negativos. En otras palabras, falta explicar por qué predominan explicaciones que ven África como barbárico si el continente no está marginado según la visión de Bayart y otros autores. El problema reside en que dichas observaciones periodísticas continúan en la idea de incurrir en el error de que África está aislada del mundo y marginada del proceso de globalización.
Cabe preguntar ¿existe una contradicción entre un discurso orquestado fuera de África que la ve como primitiva y a la vez una realidad africana que estrecha lazos con el resto del mundo? O bien ¿será necesario develar el por qué de la existencia de un espacio no marginado a nivel mundial pero sí presentado como aislado a través de los medios de comunicación que construyen el sentido común sobre lo que entienden millones fuera de África al sur del Sahara?
            Como se dijo en la introducción, sin criticar la óptica de Bayart que por cierto es muy ilustrativa de la dinámica africana, es preciso ir más allá del planteo y ocuparse del asunto ignorado en su texto, la visión de los medios de comunicación sobre África en Occidente. Resolver la contradicción entre un continente extrovertido y -paradójicamente- un espacio del que se conoce poco fuera del mismo ayudaría a explicar mejor muchos aspectos de un continente en líneas generales poco abordado. Por lo tanto, se puede plantear que África para sí (en acuerdo con Bayart) es extrovertida en relación al mundo por la agencia africana, pero en sí no lo es para quienes habitan fuera y no tienen lazos fuertes con el espacio subsahariano.
           Desde la óptica de la globalización sin límites y el poder de la civilización occidental, cabe la posibilidad de plantear reservas a la fórmula de una extroversión segura de África. A propósito, se lee en un libro escrito por africanistas que la homogeneización cultural es un mal que puede causar, a nivel lingüístico, si no se detiene la tendencia, que de aquí hasta el 2200 sólo subsistan como lenguas frente al inglés hegemónico (a través de su conducto norteamericano), el árabe y el chino (Kabunda y Santamaría, 2009:85).
         Este último enfoque adopta una connotación negativa si se piensa en la integración del continente al mundo, pero de todos modos Bayart entiende que Occidente no es omnipotente en África. Al contrario, los africanos deciden con racionalidad qué elementos y en qué dosis tomarlos de la cultura occidental, tales como prácticas culturales, música, vestimenta, etc. (Bayart, 2000:263). En consonancia con el discurso occidental, se cree que el africano debe aprenderlo todo de afuera (Ndongo-Bidyogo, 2009:175). Pero una vez más Bayart, en un discurso condescendiente con la globalización, explica que el africano saca provecho del proceso y es capaz de elegir lo que incorpora desde Occidente, a la vez que también se lleva una contrapartida y comparte sus males. El ejemplo de la pandemia del SIDA citado por el autor, que donde peor golpea es al sur del Sahara, es un triste testimonio del grado agudo en que el continente participa de la globalización (Bayart, 2000:240).
             Por su parte, se puede aducir que la globalización atente contra la pluralidad (Ndongo-Bidyogo, 2009:175) y de tal modo se explica que continúen perpetuándose modelos con representaciones ingenuas de África. Finalmente, se puede arriesgar la hipótesis de que a mayor grado de globalización, tal vez más intenso sea el nivel de desinformación externo sobre África. Esta aseveración tentativa merece una explicación que será desarrollada en unos párrafos más adelante.
En última instancia, respetando de sumo grado la argumentación de Bayart, cabe postular que la extroversión que el autor defiende es una verdad que pudiera estar funcionando a medias, puesto que si esta característica africana sería completa no circularían en Occidente los clisés a los que no tienen acostumbrados los mass media a la hora de informar (dentro de lo poco que hacen) sobre el panorama africano. En efecto, estas páginas concluyen más bien con un llamado a cumplir una tarea primordial para que África deje de ser vista como la tierra de las catástrofes. La idea de extroversión de Bayart contribuye significativamente, pero no es suficiente. Se puede decir que aporta la mitad de la solución. ¿Por qué?
            El autor francés indica que el discurso sobre la marginalización de África es un sin sentido a partir de lo visible, según su óptica, que resulta de observar la forma en que el continente participa en redes fuera del continente, entre otros mecanismos (Bayart, 2000:267). De todos modos, cabe reparar, una mirada atenta a la forma en que los medios enfocan África relativiza tal aseveración. En realidad, hay que contribuir a difundir una imagen de África no distorsionada, libre de prejuicios ya que desde la representación que aparece ligada al imaginario común, la extroversión puede parecer una verdad que sólo notan los académicos. Es decir, ésta pasa completamente desapercibida en el discurso que construyen los medios, el imaginario, el sentido común. De todos modos, no contentarse ante el hecho y hacer lo posible para no perpetuar la visión que se tiene en Occidente sobre lo africano, supone una complicación importante.
            Una explicación de porque la extroversión de África no es visible en el plano diario se relaciona principalmente con la inserción africana en el mundo. Como se afirmó, los medios construyen la realidad y, por lo general, se mantiene al público sumido en un estado de desconocimiento sobre lo que acontece en África. Tal hecho forma parte de los axiomas modernos, no tiene nada de inocente e implica una lectura políticamente funcional a Occidente. En efecto, encubre la culpabilidad que atañe a los principales responsables de la situación penosa del continente desde que comenzara la historia de la extroversión remontándose mucho más allá del siglo XX (a grandes rasgos lo que se da a entender como comunidad internacional, las ex metrópolis, Estados Unidos, entre otros).
               El escritor ecuatoguineano Donato Ndongo-Bidyogo lo expresa sin rodeos: “…se prefiere que los ciudadanos occidentales sigan considerando «pobres» y «desvalidos» a los africanos, porque, si las sociedades occidentales descubriesen de verdad cuanto ocurre en África, el escándalo sería mayúsculo, y se tambalearían los cimientos sobre los que se asienta la opulencia y la libertad de europeos y norteamericanos.” (Ndongo-Bidyogo, 2009:179). Exactamente lo mismo sucedería con la extroversión si fuera bien conocida debido a que este concepto permite conocer los negocios criminales (y otras formas de involucramiento) de África con varios actores y Estados extraafricanos. Por ejemplo, el público debiera saber que las armas que nutren los conflictos africanos no se fabrican en el continente, a excepción de la República Sudafricana, si bien en montos no muy significativos comparando con el resto para esta última (Ndongo-Bidyogo, 2009:181).
Los niños-soldado, un tema que no termina de «ventilarse»
            Es decir, el problema son los intereses en juego que normalmente son encubiertos. En otras palabras, si de África se ventilasen los negocios sucios, dicha información pondría en flagrante evidencia a Occidente, por lo que le resulta a los interesados y difusores de las noticias mucha mejor opción tener cautivo al público occidental de nuevas distorsionadas. En consecuencia, promover imágenes ingenuas de África es un negocio más conveniente que realmente tratar al continente como fuente de noticias vendibles, que trasluciría lo que no se quiere ver. En esa dirección, se refuerza la máxima de que la información es objeto de mercancía y, en consecuencia, el emisor escoge qué noticia convertir en “mercadería” (González Calvo, 2009:153).
            Tal como propone Cooper, es conveniente superar la discusión sobre quién está globalizado y quién no, para pasar a revisar lo trascendente, las relaciones cambiantes de los actores envueltos en las redes que muestra la extroversión africana. En su opinión, el concepto de moda “globalización” dista de ser una panacea que lo explica todo. La mundialización a veces confunde los tantos, debido a que las mismas redes que integran África a la economía global (lícitamente o no), paradójicamente fragmentan espacios al interior (Cooper, 2002:16 y 20). Las consecuencias de esos mecanismos de integración son los que muestran un continente desordenado, pero los africanos se las ingenian para extraer beneficios del caos, como se argumentó (Chabal y Daloz, 2001:132).
Conclusión: cuentas pendientes
            Ya que este trabajo ha mostrado un problema serio que concierne a la forma en que es entendido lo africano fuera del continente, su cierre propone pensar formas de combatir dicha falencia. Se torna imperativo vislumbrar una posible solución que debiera partir desde donde se halla el causante, el mundo occidental.
            El autor ecuatoguineano citado con anterioridad piensa en formas de superar el embrollo de la falta de información sobre África. Para ello, exige a los ciudadanos occidentales dos condiciones. En primer lugar, que reclamen de sus gobiernos se les provea mayor conocimiento sobre el continente, partiendo de algo tan básico como la educación y, en segundo término, que los gobiernos occidentales den a conocer información veraz sobre las materias primas que se consumen en sus países. El cumplimiento de estos pedidos, entre otras cuestiones, alimentaría una lucha contra varios problemas africanos, al igual que frente a los estereotipos que de ellos circulan fuera de sus tierras. Concluye el escritor: “Cuando se perciba al africano como un ser humano más, cuando un africano llegue a la playa de Los Cristianos o a la bahía de Cádiz como turista y no como superviviente de una travesía espantosa en una frágil patera, cambiará la percepción y terminarán los estereotipos negativos.” (Ndongo-Bidyogo, 2009:182).
La trata esclavista, responsable en buena medida
de los clichés del presente
              Además, debe inculcarse la verdadera imagen del africano en detrimento de las representaciones nocivas. Por ejemplo, un autor llama a no concebir a los africanos “…as vagrant, drug courier, credit-card defrauder, and con artist…. Acto seguido promueve pensar en ellos de otro modo. “…most Africans in the diaspora are hardworking professionals and artisans engaged in constructive rather than destructive enterprises. It would be worthwhile, for instance, to provide data on these responsible citizens.”. (Ojo-Ade, 2001:208). Este puede ser el tercer deber que se le puede adosar a cada ciudadano occidental que pretenda ser justo con un continente vilipendiado por Occidente desde antaño.
             Si Hegel fue uno de los primeros pensadores occidentales, como se indicó, en alegar que África era un continente aislado y sin historia, ahora bien, en pleno siglo XXI se puede pensar en revalorizar y otorgar vigencia a un pensamiento que se cree caduco desde el punto de vista académico, aunque no, como se ha demostrado en estas páginas, desde la perspectiva periodística (sin por ello invalidar totalmente el planteo de Bayart). Ferran Iniesta escribió: “…Hegel sigue tan vigente en Occidente como durante el peor colonialismo racista: África no se vale a sí misma.” (Castel, 2007:13). Es decir, los estereotipos validan una situación similar respecto de la visión de los africanos como seres inferiores que se tenía a finales del siglo XIX, relativizando el argumento de la extroversión. Volviendo al comienzo de esta conclusión, de algún modo no resulta desacertado repensar África como un territorio desconocido, un auténtico “corazón de las tinieblas”, aún en el presente siglo. La cita del catedrático español antedicha pone en evidencia más que nunca una máxima que el crítico literario Steiner enunció en el siglo XX: “Los estereotipos son verdades cansadas”. Por todo lo expuesto en estas páginas, y a tenor de la sentencia citada, es tiempo de que los estereotipos desaparezcan.
            Sin estereotipos se podrá ver África a través de una lente propia y los visitantes tendrán una imagen no estereotipada de esa realidad. En otras palabras, “Such visitors from abroad would come to understand that Africais not just the land of safari, not the jungles depicted on television and postcards, not the land of filth and corruption and coups d’etat. They would find out that Africa has a culture and a civilization from which others borrowed and stole without making any acknowledgment. They would learn that that culture represents a continuity in their new homelands and that they would do best to recognize and draw from that living culture for their own benefits.(Ojo-Ade, 2001:205). El desafío que enfrenta África en el siglo XXI, al entender del autor al cual la cita anterior pertenece, es que sea modificada su imagen, una de las metas centrales de la campaña contra el racismo en el presente.
            Finalmente, una acotación sobre el papel de los medios para no dejar inconcluso el asunto tratado al final de la segunda sección. La sociedad occidental necesita urgentemente una redefinición del papel de sus medios de comunicación en función de la transmisión acorde de una imagen de los africanos coincidente con sus realidades, entre otras diversas necesidades. Sendín inspira una lección esperanzadora. Si la imagen del otro no es estática y depende de la cultura en determinado contexto, entonces cabe esperar que los estereotipos se deshagan (o que penosamente se refuercen). El autor llama la atención sobre el hecho de que si se fomenta un conocimiento y un acercamiento abierto y sincero a África, muchos estereotipos pueden caer por su propio peso (Sendín, 2002:39). Siguiendo a Steiner y sus verdades cansadas, no resulta utópico pensar en esta posibilidad. Al respecto, lo interesante es poder ver que las demandas de los ciudadanos de las democracias occidentales (citadas con anterioridad), se cumplan tendiendo a esa dirección.
Claves:
* La información sobre África es raquítica y abunda el desinterés.
* Si ha de aparecer algún contenido, solo remite a la barbarie y la crueldad.
* África no vende en el juego de intereses de Occidente.
* Las guerras no son producto del aislamiento de África, al contrario, son estrategias de la extroversión que aseguran a grupos locales pingües ganancias.

 

Bibliografía consultada
* Samir Amin. “Reflexiones a propósito de África codiciada. El desafío pendiente”, en Carlos Tablada, Roberto Smith y François Houtart. África codiciada. El desafío pendiente, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2007, pp. 3-15.
* Jean-François Bayart. El Estado en África. La política del vientre, Barcelona, Ed. Bellaterra, 1999.
* ———-—————–  “Africa in the world: A history of extraversion”, en African Affairs, Vol. N° 99, N° 395, 2000, pp. 217-267.
* Antoni Castel y José Carlos Sendín (Eds.). Imaginar África. Los estereotipos occidentales sobre África y los africanos, Madrid, Catarata, Introducción, 2009, pp. 7-9.
* ——————- Malas noticias de África, Barcelona, Ed. Bellaterra, 2007.
* ——————- “El africano como sujeto periodístico”, en Castel y Sendín (Eds.). Imaginar África. Los estereotipos occidentales sobre África y los africanos, Madrid, Catarata, 2009, pp. 35-42.
* Patrick Chabal y Jean-Pascal Daloz. África camina. El desorden como instrumento político, Barcelona, Bellaterra, 2001.
* Frederick Cooper. “¿Para qué sirve el concepto de globalización? La perspectiva de un historiador africanista”, en Nova Africa, Nº 10, 2002.
* Gerardo González Calvo. “África en los medios: un silencio clamoroso”, Castel y Sendín (Eds.). Imaginar África. Los estereotipos occidentales sobre África y los africanos, Madrid, Catarata, 2009, pp. 151-168.
* Mbuyi Kabunda y Antonio Santamaría. Mitos y realidades del África subsahariana, Madrid, Catarata, 2009.
* Mahmood Mamdani. “Darle sentido histórico a la violencia política en el África poscolonial”, en  Revista ISTOR, N° 14, Año IV, CIDE, México, 2003, pp. 48-68.
* Donato Ndongo-Bidyogo. “Acerca de los estereotipos sobre África”, en Castel y Sendín (Eds.). Imaginar África. Los estereotipos occidentales sobre África y los africanos, Madrid, Catarata, 2009, pp. 169-182.
* Femi Ojo-Ade. “Africans and Racism in the New Millenium”, en Journal of Black Studies, Vol. 32, N° 2, 2001, pp. 184-211.
* José Carlos Sendín. “La desinformación sobre lo africano como «infogenocidio»”, en Castel y Sendín (Eds.). Imaginar África. Los estereotipos occidentales sobre África y los africanos, Madrid, Catarata, 2009, pp. 43-63.
* ————————– “La construcción imaginaria del otro africano por los medios de comunicación”, en Revista Pueblos, N° 4, 2002, pp. 36-39.
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4 thoughts on “La representación mediática de África en Occidente y la extroversión continental

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