África repartida, ayer y hoy
El 26 de febrero se cumplen 130 años del final de lo que se denominó el reparto de África. Ese día tuvo lugar la clausura de la Conferencia de Berlín, un evento que se prolongó a lo largo de tres meses y al que asistieron representantes de 14 Estados, en su mayoría, europeos, los principales involucrados en decidir el destino del continente, sin la más mínima presencia de algún dignatario africano.
Los potentados occidentales decidieron las fronteras de África caprichosamente. El resultado, seres humanos separados por divisiones artificiales, trazadas de modo muy prolijo, con regla y escuadra, desde una opulenta mesa de trabajo en Berlín. Lo fundamental consistió en que para los africanos se inauguró la época más oprobiosa, la de ocupación colonial, la cual continuó el expolio de las riquezas africanas. Frente al pasado, hubo una reorientación de la riqueza a ser arrancada. Si antes fueron los esclavos los despojados de su madre patria, ahora se trató de obtener las tan preciadas materias primas, imprescindibles para solventar la Segunda Revolución Industrial en el mundo desarrollado. En el año 1900, correspondiente a la era del predominio del capital financiero, no quedó espacio del globo por ocupar, sin necesariamente implicar la anexión directa de territorios.
La colonización de África, si se compara con la conquista de América ocurrida a partir de fines del siglo XV con el denominado «descubrimiento» y los viajes de Cristóbal Colón, se trata de un evento tardío y que, a diferencia de alrededor de tres siglos de ocupación europea en suelo americano, fue más breve puesto que no superó en total las ocho décadas, dándose variaciones cronológicas. Si bien las emancipaciones africanas se dieron multitudinariamente en la década de 1960, las colonias portuguesas se independizaron a mediados de la siguiente década, y un último caso ocurrió en 1990, el de Namibia. Pero, pese a la duración disímil y la distancia temporal, el colonialismo implicó maltrato por igual y traumas no resueltos para los pueblos que fueron sus víctimas: tanto africanos como americanos, entre otros. La codicia colonial no tuvo límites. Primero América, y, siglos más tarde, África.
Traumas actuales
Entre los numerosos traumas que generó el colonialismo, una secuela perdurable es el sentimiento de inferioridad que la propaganda occidental explota a partir de uno de los tantos clichés sobre lo africano, en especial el que construye la imagen estereotipada de 1.000 millones de habitantes africanos como pobres dependientes de la ayuda externa, y hasta obsesionados por recibirla. Ese tópico estuvo presente tanto en África como en América latina en la época del Consenso de Washington, considerando las políticas de ajuste y financiamiento impuestas desde la segunda mitad de la década de 1980 para buscar el desendeudamiento. Al igual que en el espacio africano, en el latinoamericano, se difundió la idea de que ciertos países desarrollados eran los únicos capaces de propender a la mejora de los más necesitados al resolver la acuciante crisis, mediante los Programas de Ajuste Estructural (PAE).
El drama cada vez más visible de los inmigrantes es otro trauma que bien puede hundir sus raíces en el pasado colonial puesto que existe un legado que provoca el éxodo de miles a diario. Cerca de 5.000 inmigrantes ilegales murieron en el mundo en 2014 al no poder arribar a destino. El peor registro se lo llevó el Mar Mediterráneo, tumba de más de 3.224 inmigrantes (entre sirios, palestinos y de diversos países de África), mientras que el otro lado del Atlántico tampoco escapa a esta problemática. Por lo menos 307 personas fallecieron en el cruce de la frontera terrestre entre México y los Estados Unidos.
Si el psiquiatra y escritor martinico, Frantz Fanon, una verdadera inspiración para los movimientos de liberación en el Tercer Mundo durante las décadas de 1960 y 1970, escribió en su obra más conocida Los condenados de la Tierra (1961) que la «cosa» colonizada volvía a transformarse en persona tras la descolonización, sin embargo y como se observa, ciertos traumas no desaparecen. Los PAE de algún modo reflejan el lastre de las antiguas relaciones coloniales que hoy subsisten, aunque transformadas y con actores novedosos. El acercamiento chino a África es visto con prudencia por varios analistas y no falta quien ve en éste la reedición de una nueva forma de colonialismo. En 2009, el gigante asiático superó a los Estados Unidos como el principal socio comercial del continente africano y en 2013 el monto comerciado total sobrepasó los u$s 200.000 millones. La misma duda puede generar la relación china con América latina puesto que en su última gira por ésta el presidente del país oriental prometió u$s 250.000 millones en inversiones para los siguientes 10 años y, según un informe de Cepal, en el período 2000-2013, el comercio de bienes entre ambos pasó de los u$s 12.000 millones a u$s 275.000 millones anuales.
Volviendo al pasado, cuando África sucumbía ante el codicioso brazo de hierro europeo a fines del siglo XIX, casi la entera América latina había ganado su independencia unos 60 años antes, pero prácticamente todos los países de la región mantenían relaciones de suma dependencia económica con las principales potencias de la época, y en primer lugar con Gran Bretaña, una de las que más ambicionó frente al reparto de África entre 1884 y 1885. El grado de dependencia de las ex colonias americanas queda patente en una observación formulada por el ruso Vladimir Ilyich Ulyanov, más conocido como Lenin, quien se refirió a la Argentina como una «semicolonia británica» en su trabajo El imperialismo: fase superior del capitalismo (1917). Sin embargo, el país austral gozaba de independencia política desde 1816. En 2012 tuvo la tercera deuda externa más alta de toda América Latina, con u$s 141.126 millones, sólo superada por la de México y Brasil, con u$s 229.032 millones y u$s 312.898, respectivamente, según datos de la Cepal. Mientras en el África subsahariana la deuda externa acumulada (en tanto porcentaje del PBI) fue del 24,3% en 2013, conforme datos del Banco Mundial. Países de África como otros latinoamericanos durante los años 80 sufrieron una grave crisis de la deuda externa que transformó esa década en «perdida».
La observación formulada sobre la Argentina a casi un siglo demuestra que la frontera entre ser colonizado o no puede ser tenue. Por lo que, y colocando en entredicho la aseveración de Fanon, es posible objetarle al autor que se puede carecer de dignidad pese a no ser técnicamente un colonizado. El colonialismo se solapa y pervive bajo nuevas formas. Las huellas del reparto africano y la mano siniestra de los intereses foráneos forman un continuum histórico que mantiene a buena parte de los africanos ajenos a sus propios recursos, a sus países endeudados y a una realidad en la que los diez países más pobres del mundo están en África, mientras el 69% de la población subsahariana subsiste con menos de u$s 2 diarios, según datos de la consultora Gallup. Pero de a ratos aparece la solidaridad occidental. Hace pocos días el FMI condonó u$s 100 millones de deuda de los tres países más afectados por el olvidado brote de ébola en África occidental.
Fanon en su obra principal afirmó que el mundo colonial era uno de compartimentos, lo que daba la impresión de ser superfluo. En algún modo el actual sigue siéndolo. Las divisiones están a la orden del día: fronteras artificiales creadas en África hace añares, deudores frente a acreedores; muros, aguas y vallas que separan personas, etc.
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