El caso Massar Ba. África en Argentina
La muerte del reconocido activista senegalés Massar Ba en Buenos Aires pone en entredicho la supuesta tolerancia de Argentina hacia el inmigrante. No sería el primer caso, pero hoy predomina el olvido más que la memoria y la justicia con respecto a la diáspora subsahariana.
Massar Ba, de 44 años, apareció malherido en la intersección de las calles México y San José la madrugada del lunes 7 de marzo de 2016. Fue llevado al Hospital Ramos Mejía y falleció al siguiente día por la tarde, como consecuencia de intensa pérdida de sangre.
La investigación judicial permanece reservada, pero pudiera tratarse de un episodio violento de racismo institucional. Aunque no hay testigos, las cámaras de seguridad pudieran aportar importantes datos. No obstante, a casi cuatro meses de producido el hecho, el caso sigue sin esclarecerse y, si ha habido un asesinato, como están casi seguros todos los interesados en el mismo, sin justicia.
Senegal no tiene representación diplomática en la Argentina y el delegado enviado por esa República africana hasta el momento no fue recibido por las autoridades locales. La comunidad senegalesa de Buenos Aires sospecha que el asesinato se deriva de la reacción contra el historial de Ba en la defensa de los derechos de las minorías, particularmente en la reivindicación de sus compatriotas senegaleses. Ba había marchado ya junto a varios vendedores ambulantes subsaharianos, quienes fueron desalojados por la policía en varias zonas porteñas de venta informal y al menudeo, como en la zona porteña de Once. Ba se convirtió en referente por su actividad en la agrupación de senegaleses Daira y si bien no se dedicó a la venta ambulante, fue un miembro más del grupo que ayudó a los manteros (vendedores ambulantes) en sus pleitos con las autoridades. Su muerte provocó consternación y el repudio de varias organizaciones, entre ellas la Asociación de Residentes Senegaleses en Argentina (ARSA), que fue rechazada como querellante por el juez que lleva la causa, ya que tanto la Comisaría Federal como la Fiscalía no han mostrado hasta ahora la voluntad de esclarecer los hechos. El historial de discriminación y exclusión preexistentes concita el temor de que la averiguación no marche por los rumbos pertinentes al tratarse de un africano. De algún modo resulta irónico que Ba haya fallecido el Día Internacional de la Mujer, en que se pregona el respeto y el fin de la violencia. En alto contraste, 98 mujeres fueron víctimas de muerte violenta en 2015 solo en la provincia de Buenos Aires.
También pudo apreciarse una suerte de racismo mediático velado, pues a las 48 horas del deceso de Ba, apenas una decena de medios alternativos, en su mayoría senegaleses, informaron sobre el asesinato. Solo el viernes 11 de marzo se hizo eco de la mala nueva el primer medio masivo gráfico argentino y el sábado comenzaron a replicar otros.
Si en la televisión no hay lugar para afrodescendientes, como ilustran los espacios publicitarios, tampoco lo hay para simples ciudadanos. La violencia no solo es física, sino también simbólica.
Perfil y trayectoria
Como tantos de sus compatriotas senegaleses en búsqueda de mejor futuro, Ba llegó a la Argentina en 1995, cuando no eran tan intenso el flujo de inmigración subsahariana, sobre todo desde Senegal y Nigeria, pero también de congoleños, cameruneses y guineanos. Ba era una persona instruida, políglota, que había transitado por los claustros de la Universidad de Dakar, su ciudad natal y capital senegalesa. Aquí se formó Cheikh Anta Diop —y por eso la universidad lleva su nombre— quien sostuvo el origen africano de la civilización egipcia frente a la mirada atónita, incrédula y arrogante de la Europa eurocéntrica y de su Academia. Ba no terminó su carrera universitaria y proyectó concluirla en Argentina. Asistió a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, a fines de los años 90, cuando la recesión comenzaba a golpear fuerte a las puertas del país. Pese a su potencial y cultura, como muchos inmigrantes que llegan con poco y nada, Ba tuvo que emplearse en locales de diversas cadenas hoteleras de lujo para tener un ingreso mínimo.
Paralelamente comenzó a interesarse por mejorar las condiciones de sus compatriotas, que arribaban a ritmo creciente. En principio ayudaba a los suyos a conseguir un lugar donde residir y más tarde, como reconocimiento a su labor, resultó electo director de la Casa de África en Argentina. Esta institución se fundó en agosto de 1995 con la finalidad primera de orientar y ayudar a los subsaharianos. En asociación con el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), también creado en 1995, la Casa comenzó a procesar casos de discriminación y a difundir, entre sus múltiples miras, la cultura africana en un país donde, según estimaciones de activistas, residen dos millones de afrodescendientes, aunque en el último Censo Nacional (2010) solo se reconocieron a sí mismos como tales apenas 150 mil. Ba fue invitado a la televisión tras erigirse en vocero de los manteros que, por causa de los desalojos, entraron en conflicto con las fuerzas de seguridad. Ba corrió una suerte parecida. Le subieron el alquiler del lugar en que residía y debió abandonarlo. La situación de otros muchos de su comunidad es precaria. La mayoría se emplea en la economía informal y frecuentemente son objeto de maltrato policial.
Colectividades africanas
Muchos senegaleses ingresan a la Argentina principalmente, como otros africanos subsaharianos, por motivos laborales. Tras los miles de esclavizados que entraron hasta la primera mitad del siglo XIX, en las últimas décadas del mismo siglo sobrevino una diáspora de migrantes voluntarios provenientes sobre todo del archipiélago caboverdiano. Una tercera camada comenzó a llegar a principios de la década del 90 del siglo pasado. Algunos adquirieron el estatuto de refugiados, porque venían de países en conflicto —la ex colonia francesa de Senegal no lo es— y la mayoría se avecindó como típicos migrantes por causa de la globalización, los desequilibrios regionales, el cambio climático y las condiciones insatisfactorias de vida, ya que África es una región muy rica en recursos, pero a la vez la más pobre de todo el planeta. En 2010 se estimaba que llegaban a Argentina un africano y un asiático por día. Las condiciones de recepción progresaron desde la remoción (en 2004) de las restricciones de la llamada Ley Videla (N° 22.439), resabio de la última dictadura militar (1976-1983). Una nueva ley más laxa se acordó en 2010, aunque adquirir la residencia continúa siendo un embrollo para muchos migrantes fuera del área de Mercosur. Antes de la década de 1990 Senegal no tuvo vínculos con Argentina, pero con las restricciones a la inmigración en el Norte (más ahora con la crisis humanitaria de refugiados en la Unión Europea) ciertos países del Sur como Brasil y Argentina empezaron a recibir flujos de migrantes fallidos a Europa o Estados Unidos. Así, Argentina cuenta ya con la mayor comunidad senegalesa de toda América Latina, estimada en unos tres mil miembros, así como con más de mil nigerianos y otras pequeñas colectividades del África subsahariana. La cuantificación se torna problemática por la movilidad y el subregistro. El Censo Nacional arrojó 1.883 africanos en 2001 y 2.738 en 2010, esto es: un exiguo 0.15% del total de extranjeros (1.805.957). Casi las tres cuartas partes se avecindaron en la ciudad de Buenos Aires y la provincia homónima tras arribar desde países limítrofes —sobre todo Brasil, Bolivia y Paraguay— con visa de turista, como refugiados o de forma irregular, a través de la porosidad de la fronteras o como polizones en barcos. Muchos llegaron también por vía área directa. El perfil mayoritario son hombres jóvenes, de entre 20 a 40 años, muchos de ellos solteros o inmigrantes en solitario sin sus familias, a las cuales van trayendo progresivamente. Sus ocupaciones son diversas: desde docentes, mozos o empleados de comercios, hasta bailarines de danzas africanas, pero son más visibles en la venta callejera de bisutería, prendas y otros artículos como gafas de sol y carteras. Hasta 2012, según una encuesta local, ningún senegalés cayó preso.
Violencia simbólica y física
En Argentina, fiel al modelo europeo de las postrimerías siglo XIX, se mantiene la versión de nación blanca y la tendencia a invisibilizar la presencia afro. Así, la reciente migración revalida las credenciales del mito de desaparición de los afrodescendientes originarios. El planteo simplista y racista reza que en Argentina no hay negros y, si los hay, son extranjeros, como los africanos que se ven a diario en las calles porteñas.
Nada más falso. Esta construcción social responde a las motivaciones del racismo discursivo y simbólico que impregna la historia argentina y tornó verdadero e indiscutible aquel mito. En otro plano, la presencia de inmigrantes africanos, visible a partir de la década de 1990 y más aún desde el año 2000, imprimió renovado impulso a la investigación sobre la raíz negra del pasado argentino y su permanencia hoy. Es un antídoto contra el racismo, pero hay mucho por delante para trabajar, porque amén de que la élite ha construido un discurso racista de blancura absoluta, el racismo empapa la cotidianidad.
Si Massar Ba fue asesinado por cuestiones denominadas raciales, se estaría ante la presencia de otro caso flagrante de discriminación ligado con el odio xenófobo. De probarse así, el caso Ba no sería el primero de maltrato y muerte de migrante afrodescendiente en la Argentina. En muchas ocasiones él mismo denunció abusos policiales y maltratos de compatriotas. En noviembre de 2011 un senegalés fue asesinado en el Puente La Noria y ningún medio recogió la noticia. El 31 de julio de 2014, una senegalesa fue insultada y golpeada, más su mercadería destruida por un encargado de edificio en la zona porteña de Barrio Once. La víctima terminó con un cuello ortopédico. En 2000 Emanuele N’taka, joven afroargentino, fue golpeado e insultado por un grupo de skinheads en zona bien concurrida del barrio de Belgrano y en presencia de medio centenar de testigos.
El 5 de abril de 1996, vale la pena repasarlo, el afrouruguayo José Delfín Acosta Martínez, investigador y divulgador de la cultura afro-rioplatense, fue arrestado arbitrariamente en lugar público por policías de Buenos Aires y tras ser golpeado en la comisaría, aunque la prensa informó que por sobredosis de narcótico y exceso de alcohol, murió camino al hospital Ramos Mejía, donde hace semanas falleció Ba. El caso de discriminación por “raza” de Acosta Martínez se llevó en 2002 a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) como reacción al cierre definitivo de la causa criminal en Argentina.
Los policías dijeron que la víctima adoptó una actitud agresiva, pero varios reclusos atestiguaron que daba gritos de sufrimiento, como si fuera torturado y la autopsia —solicitada por Uruguay y practicada en mayo de 1998— reveló la presencia de golpes.
A este triste inventario se agregan las múltiples presiones, hostigamiento y maltrato de los senegaleses en Buenos Aires, que en agosto de 2015 motivaron la marcha de unos trescientos en protesta contra la Policía Metropolitana y las autoridades locales como consecuencia de frecuentes intromisiones en los hogares, amenazas y robo de mercancías y dinero, como en el operativo policial de enero de 2014, que desmontó 30 puestos en la zona de Barrio Once, sobre todo de senegaleses, quienes reclamaron cerrando la vía pública.
Otro desalojo violento, con incautación de mercaderías (que incluyó dinero), se repitió en un hotel de Once a comienzos de agosto de 2015. Entre los indignados alzó su voz Massar Ba y se sospecha que le haya costado la vida. Sea así o no, la justicia deberá responder y queda claro que en Argentina hay mucho que aprender sobre tolerancia y respeto.
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Revista Identidades (PIC), Nº 8. Páginas 61-65.