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El costo económico del cambio climático

El costo económico del cambio climático
En los próximos 20 años, el calentamiento global puede convertirse en una amenaza para el territorio argentino. En el mundo, las pérdidas podrían superar el 20% del PBI y alcanzar el 137% en la región. Cuál será su impacto sobre los cultivos, las consecuencias en el sector agrícola y los riesgos para el turismo.

 

“Probablemente sea el individuo que más ha hecho para crear una mayor comprensión mundial de las medidas que es necesario adoptar para revertir el calentamiento en el planeta”, había expresado públicamente hace tres años el comité noruego al designar a Al Gore, ex vicepresidente de los Estados Unidos, ganador del premio Nobel de la Paz. Aquella “verdad incómoda” comenzaba a hacer ruido en las arcas del planeta.

El cambio climático se manifiesta en el aumento sostenido de la temperatura global, provocando modificaciones en patrones meteorológicos que propician fenómenos naturales extremos, como el retroceso de los glaciares y el consecuente aumento del nivel del mar. El tema preocupa y algunos signos son notables pero, ¿cuál es su costo económico?

Para el año 2100, si se mantiene constante el ritmo de emisión de gases de efecto invernadero (GEI), las pérdidas para la región podrían alcanzar el 137% del PBI, según un estudio de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). El informe Stern sobre la economía del cambio climático, incluso, es elocuente: “Utilizando los resultados de modelos económicos formales, se ha calculado que, de permanecer inactivos, el coste y riesgo total del cambio climático equivaldrá a la pérdida de un mínimo del 5% anual del PBI global, de ahora en adelante. Teniendo en cuenta una gama de riesgos y consecuencias más amplios, los cálculos de los daños que se producirían aumentarían a un mínimo del 20% del PBI. Por el contrario, el coste de la adopción de medidas -reducción de las emisiones de gases invernadero- para evitar las peores consecuencias del cambio climático puede limitarse al 1%, aproximadamente, del PBI global, cada año”.

Con este marco de fondo, ¿qué efectos podría tener sobre el territorio argentino y, en consecuencia, sobre su industria a mediano plazo? La vitivinicultura, el agro y el turismo están en la mira. Y todo indica que el problema descansa en una paradoja: “La Argentina contribuye muy poco al cambio climático, pero recibe buena parte de los impactos dada la significativa vulnerabilidad”, asegura Juan Casavelos, especialista en cambio climático y docente en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE).

 

El malbec en riesgo

El malbec argentino, ¿seguirá siendo la marca país? Un estudio realizado a fines de 2009 sobre el impacto del cambio climático en la industria vitivinícola local y chilena pone en duda el reinado del varietal que en el primer cuatrimestre de 2010 generó u$s 93 millones en concepto de exportaciones. “La temperatura es, por lejos, la variable de incidencia más significativa”, destaca Marcelo Iezzi, responsable de Desarrollo Sustentable en PricewaterhouseCoupers quien, junto a la ONG Intergovernmental Panel on Climate Change -IPCC-, llevó adelante la investigación. Basado en estimaciones para 2050 y proyecciones a 2100, el estudio asegura que el cambio climático producirá diversos impactos sobre el ambiente y los diferentes sectores socioeconómicos de la industria vitivinícola. En este sentido, es probable que se produzcan cambios del espacio en relación a la viabilidad de una zona para el crecimiento de una variedad determinada y modificación en la composición varietal; en la composición química y en las características organolépticas de las uvas y el vino; en la fenología de los cultivos, incluyendo modificación en la fecha de maduración; modificación de las necesidades de riego y variación en la presión de plagas, enfermedades y malezas, entre otros.

El caso se maneja dentro de la previsibilidad de un largo plazo y el año 2050 señalado por el estudio no es fortuito, ya que guarda relación con un fenómeno acumulativo de contaminación de la atmósfera desde los inicios de la Revolución Industrial. “Desde 1750, el incremento en la concentración de gases de invernadero en la atmósfera ha sido notable”, expresa Mario Núñez, profesor de la UBA, investigador del Conicet y director del Instituto Franco-Argentino de Estudios del Clima y sus Impactos (IFAECI), en un informe del sector. “Es un proceso que en 300 años puede adquirir un ribete crítico y en 2080 -si se considera la generalización de las emisiones contaminantes en tiempos pasados- podría ser más que peligroso”, advierte Iezzi.

Escurridizo y de difícil percepción, la imprevisibilidad del cambio climático depara sorpresas: zonas que hoy dedican el grueso de su actividad a la producción vinatera, en unas décadas podrían no hacerlo, o a la inversa.

Incluso, diversos estudios demostraron que, en los últimos 30 a 70 años, varias de las regiones vitivinícolas del mundo experimentaron una caída en las frecuencias de heladas y un aumento de temperatura en los períodos de crecimiento, con mayor acumulación de calor. Como indica el informe de PwC, existen zonas óptimas en términos climáticos para el cultivo de un determinado varietal: en una zona demasiado fría se obtienen bajos niveles de azúcares, un vino desbalanceado y aromas “inmaduros”. En una zona muy cálida, en tanto, se obtienen bajos niveles de acidez, aromas “demasiado maduros” y un vino desbalanceado.

La mejor forma de evitar esos saltos drásticos reside en el desarrollo de herramientas de previsión, desde las necesarias obras de infraestructura, hasta la innovación institucional, consistente en la coordinación y ordenamiento de datos dispersos, que suponga colaboración entre las esferas pública y privada. Deben ser incentivadas las líneas de fomento, como la anticipación al análisis del cambio a futuro, por ejemplo, centrándose en el estudio de la uva.

 

Cosecharás tu siembra

Para fines del siglo XXI, el efecto del calentamiento global se concentraría en la agricultura. “Puede afectar la principal fuente de ingresos del país: la producción de granos y carnes”, comenta Rodrigo Herrera Vegas, co-fundador del proyecto Sustentator.

Según un informe de la CEPAL, el impacto en la agricultura es significativo aunque resulta heterogéneo de acuerdo a las regiones y países. Además, un aumento de 1,5ºC – 2ºC en el período 2030-2050 podría repercutir en forma favorable en la actividad agrícola de las naciones más australes del Cono Sur, en la medida en que no propicie plagas, enfermedades ni derretimiento glaciar. Superados estos valores, los efectos sobre la producción agrícola-ganadera serían negativos.

En definitiva, en zonas templadas el aumento de la temperatura global no redundaría en daño, aunque sí lo haría en regiones tropicales. En pocas palabras, Herrera Vegas sostiene que la cantidad de tierras cultivables puede descender a causa de la desertificación o por el aumento del nivel del mar.

En aquellas regiones donde la agricultura es dificultosa por la sequedad del ambiente, el calentamiento global complicaría el panorama, como en el noroeste del país. Allí podría darse la posibilidad de que desapareciera el modo de vida tradicional y la población no pudiera sostenerse con la ganadería y la agricultura de autosubsistencia, provocando éxodo urbano. O, al contrario, el aumento del nivel de precipitaciones podría revalorizar la aptitud agrícola de determinadas regiones, provocando la expulsión de poblaciones allí residentes.

El riesgo hídrico es justamente otra amenaza. “El aumento de la temperatura acentuaría también la caída en las precipitaciones en la región del Comahue, causando una sustancial merma en el stock de agua de las represas generadoras de energía eléctrica localizadas en esa región”, indica Casavelos. Leónidas Girardin, miembro de la Fundación Bariloche y coordinador del capítulo de nuestro país en el Estudio Regional de Economía del Cambio Climático en Sudamérica promovido por la CEPAL, da cuenta de la misma situación para la región cuyana. “Los modelos prevén menores precipitaciones. Si bien el derretimiento de los glaciares aportaría una cuota inicial de agua, superada esa fase se agravaría el déficit hídrico en el Comahue”, dice.

Otro riesgo potencial es el aumento del nivel mar, que provocaría inundaciones en la ribera del Río de la Plata, incidiendo en la pérdida de tierras aptas para la agricultura y también a nivel urbano donde, según Casavelos, “el sector del real estate está realizando importantes inversiones con consecuencias poco previsibles en el mediano plazo”. Herrera Vegas refuerza ese parecer: “Asentamientos que estén muy cercanos al nivel actual del mar generarán pérdidas millonarias”. En la provincia de Buenos Aires, sobre la bahía de Samborombón y cuenca del Río Salado, “pequeños aumentos en el nivel del mar podrían llevar a acrecentar el riesgo de inundaciones permanentes de larga duración”, alerta Girardin.

 

El turismo en la mira

Lo cierto es que la paradoja hace andar al calentamiento global y se presenta en el turismo, una actividad que contribuye al cambio climático pero, a la vez, se resiente de sus efectos.

Casavelos lo expone sin rodeos: “Los productos más demandados para el turismo, por ejemplo las islas tropicales, los bosques, los glaciares y las estaciones de esquí serán los destinos más afectados”, dice. A excepción de los paraísos tropicales, el resto de los ejemplos se hallan en suelo argentino. La biodiversidad puede verse seriamente afectada, con impactos irreversibles en muchos casos y consecuencias funestas para el sector turístico.

Según un informe del Carbon Dioxide Information Analysis Center (CDIAC), entre los 10 países más contaminantes del planeta, los Estados Unidos lleva la delantera con 22% de las emisiones contaminantes globales. El turismo, si existiera como nación, se ubicaría en el quinto puesto de ese listado, produciendo una cifra cercana al 5% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono.

Las cifras son alarmantes: el transporte utilizado en el turismo aporta un 75% de las emisiones contaminantes y el alojamiento cerca de otro 20%. Según estudios de la Organización Mundial del Turismo (OMT), los hoteles son los agentes más contaminantes, ya que producen cerca de un 21% de las emisiones totales del sector. El uso de tecnologías arcaicas hace menos competitivos a los hoteles, sobre todo si se trata de Pymes, que registran escaso uso de fuentes de energía renovables.

El problema reside en el sector energético y el punto es la renovación de las fuentes por otras ambientalmente sustentables. El tema del transporte es primordial, “todavía no hay soluciones tecnológicas a la vista para viajar en avión sin disponer de grandes cantidades de petróleo barato”, explica el representante de Sustentator.

Extrañas paradojas, no son ésos los únicos efectos ambiguos del calentamiento global: es probable que zonas algo más altas y cercanas a las costas puedan convertirse en balnearios en el futuro y “mayores temperaturas podrían prolongar la temporada en algunos balnearios, si no hubiera a la vez un aumento en el nivel del mar importante que determinara la potencial pérdida de playas”, puntualiza Girardin. z we

 

 

Publicado en el suplemento We de diario El Cronista Comercial, edición del 9 de julio de 2010.

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