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El verdadero primer genocidio del Siglo XX

Hoy buena parte del mundo recuerda a más de 1 millón de mártires. Hace unos días el Papa Francisco, desde la basílica de Roma, refirió a ellos y señaló que el genocidio armenio, del que hoy se cumple un siglo desde su inicio, fue el primero de la centuria pasada. Hoy, 24 de abril, es bueno recordarlo, pese a que Turquía no lo reconozca y el presidente Erdogan escupiera improperios respecto de las declaraciones del Sumo Pontífice. Pero Turquía no es el único. Otros Estados hoy día siguen sin reconocerlo, o a lo sumo están quienes admiten el cometido de masacres pero sí rechazan catalogar lo sucedido como parte de un plan sistemático de exterminio de armenios y otras minorías étnicas. Es el caso de Turquía, aunque minimiza las cifras (solo 300.000) y el período.

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Entre 1915 y 1923 el decadente Imperio Otomano, aprovechando inicialmente el contexto bélico de la Primera Guerra Mundial, se sirvió de la distracción para eliminar a una cifra, según los expertos, no menor a 1,2 millones de súbditos. Si hasta fines del siglo XIX los armenios habían sido tolerados, en líneas generales, como una minoría más dentro del Estado turco, con el ascenso de los nacionalismos -de tan horrorosas repercusiones en el siglo XX- comenzó a esbozarse la tesis de que éstos eran una nacionalidad no musulmana y enemiga del imperio, reacia a «otomanizarse» y, pronto, identificada como el grupo principal en la responsabilidad por la derrota turca en la Gran Guerra. En momentos críticos siempre es aliviador echar la culpa a alguien, y los armenios sirvieron al efecto. De todas formas, antes de 1915 el Imperio se había teñido de rojo. Entre 1820 y 1890, los turcos asesinaron a 93.000 civiles, entre griegos, armenios y búlgaros, más 300.000 armenios entre 1894 y 1896, y, lo último a escala masiva antes del inicio del genocidio, 30.000 armenios más masacrados en una capital provincial, en 1909.


El plan turco de exterminio consistió en la deportación masiva de las comunidades armenias a un rumbo apenas precisado, el desierto, en sentido a Arabia. Pero primero hubo que desguarecer a la comunidad, eliminando a su élite y deshaciéndose de los hombres en capacidad de luchar. Una vez cumplidos esos dos objetivos por medio de matanzas y la confiscación del armamento, el resto (principalmente mujeres, ancianos y niños) quedaron indefensos. Así se pudo proceder a la deportación (establecida por ley) que consistió en largas marchas de la muerte en donde los vivos iban viendo cómo los cadáveres quedaban tendidos en el camino al acecho de aves carroñeras y perros. Los tristes marchantes eran presa del hambre, las vejaciones, los abusos de los guardias y hasta ataques de bandas kurdas y milicias turcas. El sadismo alcanzó límites inimaginables. En este genocidio se implementaron campos de concentración, pero no de la sofisticación de los nazis durante la Segunda Guerra. Simplemente fueron alambrados en medio del desierto, en donde yacían hasta una nueva orden de partir y continuar marchando a un rumbo incierto. Permanecer allí a los desafortunados sobrevivientes contribuyó a destruirles la poca esperanza que pudieran conservar.

Este genocidio fue exitoso porque también, desde la perspectiva turca, borró a la comunidad armenia del imaginario de modo que hasta se llega a negar su presencia en el pasado. El Estado turco moderno nació gracias a este delito en 1923 y, para normalizar relaciones con la Unión Europea, le es solicitado a Turquía reconocer el genocidio y que el Centenario sea la ocasión propicia para admitirlo.

Mirar por otros rumbos

Generalmente África pasa de largo en las noticias que importan. En el pasado no fue diferente. Poco antes del genocidio armenio hechos escandalosos se suscitaron en una región del sur de África, aunque hayan pasado desapercibidos en el mundo occidental. En todo caso, quienes supieron del hoy llamado genocidio herero y nama, en la entonces África Sudoccidental Alemana, no se vieron escandalizados y en su mayoría acordaron con la política alemana de represión sin cuartel.

Tras la conferencia que marcó el reparto de África (1884-1885), que sentenció la historia del continente por unas ocho décadas de colonialismo, a Alemania, una nueva potencia surgida hacía poco, le correspondió, entre otros territorios, lo que hoy es Namibia, una región de escaso valor económico y poco poblada entonces. El Imperio Alemán envió colonos y para 1914, de cerca de un cuarto de millón de habitantes, 14.000 eran europeos, siendo 12.000 de nacionalidad alemana. Desde 1884, año de imposición del protectorado germano, todos los blancos procedieron a la apropiación de tierras y de ganado, lo más importante a nivel económico. La gran perdedora resultó ser la población local, principalmente pastora, cuando los rebaños apropiados constituían el modus vivendi fundamental de esos pueblos. El descontento se hizo sentir desde temprano, pero a comienzos del siglo XX generó un grado de violencia inusitado. Casi un 75% de las tierras a esa altura había sido expropiado.

La impiadosa política colonial respecto a la tierra fue el principal motivo de la ?guerra herero? que estalló entre 1904 y 1907. Para todo conflicto hay un detonante y, en este caso, se trató de la masacre de 123 colonos por 6.000 hereros, en un puesto de mando norteño. Si bien al principio se intentó la vía de la negociación, ésta resultó ser una etapa efímera, y la llegada del Teniente General Lothar von Trotha, condecorado en Alemania, implicó la puesta en ejecución de lo que no se duda en llamar genocidio, pese a que por mucho tiempo historiadores alemanes se refirieran a los hechos como una simple guerra para aplastar una rebelión. L. von Trotha ordenó aniquilar a todo herero, sin tomar prisioneros. El genocidio se caracterizó, también, por la implementación de campos de concentración y de, en parte similar al caso armenio, la expulsión a una región desértica, por el avance del ejército alemán.

Los herero se rindieron en el mismo año de inicio del genocidio, pero los nama continuaron la guerra irregular por dos años más. Tras ser vencidos los segundos en 1907, frente a unas pocas bajas del lado alemán, la población herero se redujo en aproximadamente un 80%. Se supone que de 70.000 antes de la guerra, tras ésta, quedaron 20.000. A los nama les fue peor. De 20.000, entre muertos y prisioneros, restaron solo apenas 1.000 individuos. Hubo, en total, unos 90.000 decesos. Como si fuera poco, los alemanes expropiaron el resto de las tierras.

Este genocidio desconocido significó una suerte de laboratorio alemán para la preparación de otro mucho más conocido, el de la Shoá (el Holocausto, incluyendo otras millones de víctimas, además de unos 6 millones de judíos).

Hay similitudes entre ambos genocidios tratados en estas líneas. Hubo intencionalidad en los dos, aunque las formas de asesinar no fueran idénticas. En el armenio hay documentación de sobra y las órdenes aniquiladoras de von Trotha, en el caso alemán, son evidencia suficiente. Una gran diferencia estriba en la culpabilidad. Alemania, a un siglo de iniciada la «guerra», reconoció el genocidio, pidió disculpas y comenzó el proceso de reconciliación, mientras Turquía, hoy a un siglo del comienzo, no ha dado un paso al respecto en esa dirección.

El Papa Francisco señaló que el primer genocidio del siglo XX fue el armenio. Quizá por tratarse de víctimas negras, el Vicario de Cristo cometió un olvido garrafal. A partir de esta omisión, deliberada o no, un reconocido periodista de raíces nigerianas se encargó de remarcarle al líder de la curia romana su error.

 

Publicado en:

http://www.eleconomistaamerica.com.ar/actualidad-eAm-argentina/noticias/6658150/04/15/El-verdadero-primer-genocidio-del-Siglo-XX.html#.Kku8nvfr3Iu9tP1

http://www.africafundacion.org/spip.php?article20696#.VTpeCGvBKWk.twitter

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