José de San Martín: secretos del Libertador de América, en el aniversario de su muerte
El 17 de agosto se cumple el aniversario de la muerte del Padre de la Patria argentina y libertador de tres naciones sudamericanas, José Francisco de San Martín, sobre quien se ha escrito una y otra vez, en su faceta de héroe pero también como hombre, con sus virtudes y flaquezas.
«San Martín constituye un desafío para el historiador, que tiene que descubrir al hombre detrás del silencio», escribió el historiador británico John Lynch en un trabajo sobre su figura, de 2009. San Martín fue un hombre de acción, un soldado profesional comprometido y bien disciplinado, cuya disciplina exigió en forma tajante a sus subordinados. Reservado y parco, no gustaba expresar sus opiniones ni mucho menos traslucir sentimientos. Austero hasta la médula, se volcó más a la praxis que a la obra intelectual sin dejar de perseguir lo más preciado, la emancipación americana. No obstante, expresó sus ideas políticas, mostrándose partidario de la adopción de un proyecto monárquico. El vencedor de Chacabuco y Maipú, las dos grandes batallas que le dieron libertad a Chile, hace casi doscientos años comenzaba a desafiar el espectacular cruce de los Andes. Al respecto, no hubo quien faltara en apodar a San Martín el «Aníbal de los Andes» a resultas de tamaña aventura que implicó el sacrificio de muchos y el propio. Su delicada salud así lo atestiguó.
Sensibilidad social
Tal vez de lo que la historiografía liberal no tomó suficiente nota fue de la sensibilidad social del prócer con respecto a originarios y afrodescendientes, adepta a ignorarlos o a no tratarlos con la merecida importancia que revistió su participación a la constitución de la historia y la identidad nacional.
Poco antes de iniciar el citado cruce de los Andes, San Martín reunió al grueso del Ejército en el campamento del Plumerillo y presentó la ?Bandera de los Andes? indicando que era la primera vez que se bendecía un estandarte independiente en América. Luego siguió el pedido de un juramento de lealtad. Hubo muestras de júbilo, una corrida de toros, e indios, gauchos y negros desfilaron a caballo expresando gritos desaforados. «Nuestro país necesita a estos locos», enunció el líder. Si bien San Martín no fue adepto a las grandes muestras y al espectáculo, entendió que éstas fueron necesarias para encender el ánimo en hombres que seguro morirían.
Una parte considerable de la tropa fue afrodescendiente. El Ejército reunido contó con 5.200 hombres, municiones y varios animales para tiro, transporte y alimentación. Los gauchos, casi todos mestizos, fueron destinados a la caballería, mientras el grueso de la infantería, los libertos, la mayoría de ellos afros, fueron reclutados tras ser convencidos que los realistas intentaban reimplantar la esclavitud y que, de vencer a los patriotas, serían vendidos por los jefes enemigos a las haciendas de azúcar del Perú. Los predilectos del jefe eran los negros libertos, con quien San Martín se ponía a su altura al fomentar la charlatanería, como lo hizo con su cocinero. Muchos de los regimientos fueron compuestos exclusivamente por afrodescendientes que defendieron épicamente su recién adquirido status de libertos, incluso muchos de ellos cayendo en combate. En Mendoza, durante la etapa previa de conformación del Ejército andino, en 1816, San Martín aconsejó «echar mano de los esclavos».
Si hay algo que sobresale de la gesta sanmartiniana es su entereza y virtud táctica al ser capaz de coordinar una empresa tan complicada como el cruce a Chile y mantener a la tropa motivada frente a penosos desafíos como el mal de altura, temperaturas extremas y la pérdida de los víveres, el ganado que iba pereciendo en el trayecto, entre otras dificultades. Pero también sobresale una faceta identitaria del líder. «Yo también soy indio», les dijo a los caciques pehuenches, en referencia a su tez oscura y cabellos y ojos negros, reunidos al momento de negociar y pedir autorización para que su ejército atravesara el cruce montañoso. Esa declaración causó entusiasmo y alegría en ellos, quienes juraron morir por él y, desde luego, autorizaron el paso de su tropa. Además, el prócer les había insistido en el argumento que los españoles los habían despojado de las tierras de sus antepasados. No obstante, San Martín señaló algunas costumbres peculiares de los pehuenches considerados por él «salvajes», como su predilección por el consumo en exceso de bebidas alcohólicas y la indolencia y pereza de los hombres. De todos modos, más conocida es la sentencia de que si no contaba con los recursos necesarios, vaticinó «andar en pelota como nuestros paisanos los indios» que formó parte de la orden dada al Ejército de los Andes, en julio de 1819.
Oportunamente se discutió un posible origen mestizo del oriundo del Padre de la Patria, al punto que en agosto del año pasado se pidió una prueba de ADN, que generó polémica y reticencia, para verificar si San Martín fue hijo bastardo de una guaraní, como asegura cierto sector, y no de Juan de San Martín y Gregoria Matorras como clásicamente se sostuvo. Como fuera, esta visión revisionista apunta a no mirar la historia argentina netamente desde el prisma de lo europeo, a superar la clásica sentencia que los argentinos «descendemos de los barcos» y a la revisión de la ascendencia no totalmente blanca del ilustre argentino.
En otro episodio previo a la gesta andina, San Martín tuvo su bautismo de fuego en su tierra, a la que acababa de volver meses antes, el 3 de febrero de 1813 en la batalla de San Lorenzo, en donde fue salvado de caer ante el enemigo por la acción de dos subordinados suyos, ambos de nombre Juan Bautista, uno oriundo de la provincia en donde se combatió, Santa Fe, Cabral, y el otro puntano, el granadero Baigorria. Sobre el primero por mucho tiempo no se habló de su ascendencia, hoy se sabe que fue un pardo, afromestizo. En el discurso del 25 de mayo de 2012, ante algunas miradas algo socarronas, la ex presidenta Cristina Fernández afirmó que Cabral fue «negro». La historia oficial ocultó por mucho tiempo la alcurnia del soldado raso y salvador del entonces coronel.
Perú, último objetivo de la gesta sanmartiniana
Maipú, la batalla que un 5 de abril de 1818 cerró el capítulo chileno de la epopeya del Ejército de los Andes, permitió preparar la expedición marítima para la posterior liberación de Perú, el último bastión realista sudamericano. Sobre Maipú, Bartolomé Mitre, biógrafo riguroso del prócer, escribió (1887): «Esta victoria, la más reñida de la guerra de independencia sudamericana, fué comprada por los independientes a costa de la pérdida de más de 1000 hombres entre muertos y heridos, pagando el mayor tributo los libertos negros de Cuyo, de los cuales quedó más de la mitad en el campo.». En el parte de guerra tras Chacabuco (22 de febrero de 1817) San Martín resumió la aventura vivida»el eco del patriotismo resuena por todas partes a un tiempo mismo, y al Ejército de los Andes queda para siempre la gloria de decir: en 24 días hemos hecho la campaña, pasamos las Cordilleras más elevadas del globo, concluimos con los tiranos, y dimos la libertad a Chile.
En Perú, la última fase de su plan emancipador, el reciente liberador de Argentina y Chile evidenció sentimientos caritativos a originarios y afrodescendientes. El liberalismo y las necesidades bélicas alentaron su avance contra la esclavitud, y, sumado a la compasión que sentía por los indios, generaron hostilidad entre hacendados y esclavistas. Liberado el país andino, el 28 de julio de 1821, San Martín se prestó a organizarlo y legisló en pos de ello. A los pocos días decretó la abolición de la esclavitud. Una parte del texto, en donde el argentino demuestra intensa humanidad, indica: «Una porción numerosa de nuestra especie ha sido hasta hoy mirada como un efecto permutable, y sujeto a los cálculos de un tráfico criminal; los hombres han comprado a los hombres, y no se han avergonzado de degradar la familia a que pertenecen, vendiéndose unos a otros. Las instituciones de los siglos bárbaros, apoyadas con el curso de ellos, han establecido el derecho de propiedad en contravención al más augusto que la naturaleza ha concedido». Días más tarde, por un lado, derogó el tan odiado tributo indígena y obligó a que los indios fueran llamados peruanos, como todo ciudadano, y, por otro lado, abolió el servicio de los indios, toda clase de servidumbre personal.
Sencillez de un gigante
San Martín, en su proclama a los habitantes del Perú, de noviembre de 1818, dio muestras de lo que siempre lo distinguió como líder: el honor y el respeto. En el texto se lee: «Americanos: el ejército insolente de un tirano insolente difunde el terror sobre los pueblos sometidos a su triunfo, pero las legiones que tengo el honor de mandar, forzadas a hacer la guerra a los tiranos que combaten, no pueden prometer sino amistad y protección a los hermanos que la victoria ha de librar de la tiranía. Yo os empeño mi más sagrado honor en que esta promesa será cumplida indefectiblemente.», y, párrafo más adelante agregó «Españoles europeos: mi anuncio tampoco es el de vuestra ruina. Yo no voy a entrar en este territorio para destruir. Solo la libertad del Perú os ofrece una patria segura». A pocos días de consumarse la liberación peruana, un bando sanmartiniano ordenaba penalizar a todo individuo «acalorado» que atropellase, persiguiera e insultase a los españoles ?con amenazas y dicterios». Fue, ante todo, un moderado y con una «grandeza austera», como refiere su biógrafo Mitre, se dio al ostracismo en sus últimos años con escasas comodidades. En el primer momento de lo que sería el inicio del largo exilio en Francia, a su hija Mercedes, en las célebres máximas (1825), le sugirió «desprecio al lujo» y el estímulo de la «caridad con los pobres».
Mitre, al resumir la trayectoria del Libertador, observó lo siguiente: «Tuvo el instinto de la moderación y del desinterés, y antepuso siempre el bien público al interés personal Fiel a la máxima que regló su vida, ‘FUE LO QUE DEBÍA SER’, y antes que ser lo que no debía, prefirió ‘NO SER NADA'». Por todo ello (y mucho más), finaliza el ex presidente argentino, «vivirá en la inmortalidad». Así es como, a más de 150 años de su muerte, se lo continúa recordando y venerando.
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