Ensayos, Historia africanista

Lumumba, el héroe congoleño de las independencias de África

Patrice Lumumba en Bruselas, 26 de enero de 1960 Nationaal Archief NL, Harry Pot
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Patrice Lumumba, un periodista y trabajador del servicio de correos en el Congo Belga que llegó a ser primer ministro, integra el panteón de personajes que marcaron el proceso de emancipación africana, sobre todo, en la década de 1960, prolífica en independencias en el continente. Junto a él, otros próceres nacionales como Amílcar Cabral, de Guinea Bissau y Cabo Verde, Jomo Kenyatta, de Kenya, Julius Nyerere, de Tanzania, o el mundialmente reconocido Nelson Mandela.

Al igual que varias de las figuras de la época, Lumumba fue neutralizado por una miríada de intereses que buscó la perpetuación de un modelo de explotación del continente, prolongando las penurias del colonialismo, pero bajo otro ropaje: un complot neocolonial saboteó su efímero gobierno y acabó de una forma pavorosa y lenta con su vida, el 17 de enero de 1961. La culpa recayó en varios actores y, al día de hoy, no hubo justicia.

 

RESPONSABILIDADES

Lumumba empezó a criticar la marcha del colonialismo belga cuando el proyecto europeo comenzaba a ser muy cuestionado en África en general y, así, en 1958 fundó su partido político. Tan sólo en 1960 se independizaron 17 naciones africanas, entre ellas, la República del Congo, o Congo-Leopoldville, para diferenciarla de la excolonia francesa Congo (Brazzaville).

La actividad militante de Lumumba lo hizo atento a la vigilancia permanente de la autoridad colonial. Fundó asociaciones que dirigió y eso lo hizo sospechoso. Pero la paranoia de sus enemigos pronto fue en ascenso cuando el Congo Belga comenzó a transformarse en tablero de juego de la Guerra Fría. En la marcha del proceso que condujo a la liberación de la colonia belga, el congoleño fue sospechado de simpatías hacia el comunismo y de aliarse con la Unión Soviética, acusaciones que siempre rechazó.

Nacido en 1925, Lumumba participó en la formación del primer gobierno patrio y, en su famoso discurso de independencia, el 30 de junio de 1960, ante una audiencia que incluía al mismísimo monarca belga Balduino, expuso las vejaciones coloniales, sembrando indignación y odio en filas enemigas. El primer ministro también tuvo adversarios internos. En efecto, la fórmula del primer gabinete incluyó como presidente al moderado Joseph Kasavubu, con el cual rápidamente aparecieron cortocircuitos. Este se mostró más sumiso al extranjero y, asimismo, defendía el interés étnico a partir de su base política. Lumumba, que abogó por la unidad territorial sin divisiones étnicas, desconfiaba de Bélgica, ya que creía que sabotearía sus planes de soberanía. Y así fue.

El gran protagonista externo, además de la exmetrópoli, fue Estados Unidos. Washington, aliada a Bruselas, comenzó a ver con alarma los movimientos de Lumumba debido a la sospecha previa de alianza con el bloque comunista. Ese temor se hizo realidad cuando, a los pocos días de iniciado el gobierno soberano, la gestión debió lidiar con la secesión de una rica región minera, Katanga, el 10 de julio. El primer ministro y el presidente debieron pedir auxilio a Naciones Unidas, pero también, por fuera de la intervención oficial internacional, Lumumba solicitó ayuda soviética. La gestión fue por mal camino, entorpecida por acontecimientos internos y, en cierta medida, por la complacencia externa: la secesión en Katanga estuvo respaldada por Bélgica, que envió cooperación militar.

La lucha del primer ministro era contra el imperialismo y su intervención. Lumumba fue acusado de ser un agente soviético. En el marco de la rivalidad de la Guerra Fría, el objetivo era asegurar un territorio estratégico y rico en recursos sin amenaza roja, de modo que toda infiltración comunista causaba alarma. Por ello, el mejor plan de los enemigos del jefe nacionalista fue eliminarlo. El operativo tuvo un disparador clave: la destitución y posterior detención de Lumumba a mediados de setiembre de 1960. Kasavubu dio la orden de arresto a un militar que hasta el momento había sido el mejor colaborador del destituido, Joseph-Désiré Mobutu, por entonces el principal dirigente militar. Después de ello, sólo restaba deshacerse del ex primer ministro.

Lumumba fue puesto en arresto domiciliario a comienzos de octubre, pero escapó. El temor de sus adversarios era que reuniera fuerzas para derrocar al gobierno neocolonialista y servil de Bélgica y Estados Unidos. Durante su escape para encontrarse con sus seguidores, fue arrestado. Allí se selló su suerte. Primero fue devuelto al sitio original de arresto, Leopoldville, y luego trasladado a Katanga, un lugar en el que, aún en sedición, el prisionero era particularmente odiado. Al ser recibido en la provincia díscola, fue torturado y golpeado por oficiales congoleños y belgas. En este suplicio no iba solo, dos colaboradores y exministros de su gobierno también sufrieron la suerte trágica de Lumumba. Los tres prisioneros fueron fusilados el 17 de enero de 1961. Sobre su paradero se mintió cínicamente. Se comunicó, días más tarde, que habían escapado y que, capturados, resultaron linchados por una turba en una aldea.

LEGADO

Lumumba fue asesinado porque su figura comenzó a trascender el escenario local y se temía una reacción de sus filas. En efecto, la noticia de su muerte encendió protestas en diversas ciudades del mundo y el legado lumumbista siguió activo a través de una serie de focos armados que lucharon por derrocar el orden establecido y amparado por las potencias externas.

El dirigente congoleño se tornó una figura popular entre las masas y, pese a un paso efímero por el gobierno del Congo, cosechó simpatías y afectos. Paradójicamente, Lumumba fue declarado héroe nacional por Mobutu en 1966, quien tomó el poder en noviembre de 1965 y gobernó hasta 1997 en forma corrupta y despótica, como baluarte de la estabilidad y contra la amenaza al este de la Cortina de Hierro. El excolaborador de confianza de Lumumba fue uno de los instigadores de su eliminación.

Respecto a Estados Unidos, el entonces presidente, Dwight Eisenhower, dio la orden de matarlo en agosto de 1960. La CIA colaboró tanto en su derrocamiento, en setiembre, como en fraguar su asesinato en Katanga, meses más tarde. Fue tanto el encarnizamiento contra este prócer que su cadáver, al igual que el de sus dos compañeros, fue pasado por ácido sulfúrico para no dejar evidencia del crimen. Sólo un diente pudo ser rescatado, el año pasado.

Lumumba recuerda que un mundo más justo es posible. El mártir de la independencia de un país definido como «escándalo geológico» no sólo buscaba la emancipación local, sino que su proyecto abarcaba la independencia total de África, como dijo en su célebre discurso el día de la independencia. Fue un panafricanista que luchó contra la penetración imperialista en todas sus formas y contra su continuidad pese a la liberación, tan sólo política, el neocolonialismo. Cuando el imperialismo anhela lo que busca, no perdona.

En 2002, Bélgica admitió la responsabilidad por su asesinato y no mucho más. Lumumba despertó una ideología de liberación que llega al día de hoy, la de acabar con las reminiscencias del colonialismo, la de que los pueblos africanos puedan asumir la responsabilidad por su destino sin deber cuentas a nadie. Es cierta la sentencia del intelectual martinico Frantz Fanon sobre que África tiene forma de revólver y el Congo es su gatillo. La violencia se descargó contra un hombre que soñó una patria digna, al igual que un continente soberano y unido contra la explotación, esta última presente hasta hoy.

 

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