La enfermedad del poder: una historia que se repite
La dolencia que aqueja a Cristina Kirchner no tiene antecedentes entre los primeros mandatarios argentinos, aunque sí aparecieron otros males en el historial clínico presidencial. Un repaso por el pasado patrio en donde la enfermedad no rehúye al poder. Los casos de Perón, De la Rúa y Menem, entre otros. Cómo se manejó la comunicación oficial.
Cristina Fernández de Kirchner se recupera de la intervención quirúrgica a la que fue sometida el martes en la Fundación Favaloro. Durante el fin de semana, se le detectó un coágulo en la cabeza, producto de una fuerte caída. La mandataria tendrá un reposo prolongado, por lo que su cargo estará interinamente conducido por el vicepresidente Amado Boudou, el funcionario que goza de la peor aceptación, con más de 30 causas judiciales en su contra, algunas de ellas cerradas. Mientras tanto, el reposo presidencial surge como un disparador para pensar situaciones históricas en donde enfermedad y poder se coaligaron y debieron mediar (o no) los mecanismos de información.
La cuestión que hace a la salud de los altos funcionarios de gobierno no es nueva. En la Argentina, sobresale un historial importante de presidentes que tuvieron problemas de salud durante el desempeño de la máxima magistratura o, en los casos más extremos, que murieron durante dicho lapso.
Cuatro presidentes argentinos fallecieron durante el ejercicio del cargo: Manuel Quintana, Roque Sáenz Peña, Roberto Ortiz y Juan Perón. En tanto, varios otros, como Hipólito Yrigoyen, Roberto Viola, Carlos Menem y Fernando de la Rúa, padecieron problemas que llevaron a episodios de alta conmoción pública o, al menos, a diversas especulaciones políticas.
Kirchner, el menos pensado
Néstor Kirchner llegó al poder en 2003 con apenas el 22% de los votos y una carrera política casi desconocida. Al poco tiempo, encadenó diversos cuadros médicos. En abril de 2004, el santacruceño tuvo un episodio de epigastralgia, derivado de su colon irritable. Esta última patología es benigna y sin cura, aunque se deben seguir los consejos médicos para que no sea un problema grave. Al año siguiente se hizo un control médico de rutina, pero sin informar al público. Sin embargo, su colon fue el objetivo de todas las especulaciones, al punto que salió a decir: «Me quieren matar, pero tendrán que aguantarme por un largo tiempo», recuerda el periodista y médico, Nelson Castro, en su libro «Enfermos de poder». La personalidad tan peculiar del expresidente no lo hacía seguir los consejos médicos. «Luego de un segundo episodio, Kirchner abandonó el hospital sin el alta médica. No se cuidó para preservar el poder», comenta Oscar Muiño, historiador y autor de «Alfonsín. Mitos y verdades del padre de la democracia». Esa pretensión del gobernante de creerse un semidiós es una percepción errónea. Kirchner la llevó al paroxismo de modo que así terminaron sus días el 27 de octubre de 2010. «Sin embargo, este súbito drama final potenció el liderazgo de su esposa», sentencia el sociólogo Marcos Novaro, en diálogo con 3Días.
De la Rúa y la arteriosclerosis presidencial
Con su frase «dicen que soy aburrido» en 1999 cumplía el sueño de su vida, estaba a pocos días de asumir como presidente de la Argentina. Todo funcionaba de maravillas hasta que Fernando De la Rúa se vio aquejado por un neumotórax que causó un enorme revuelo político pese a que tras cuatro días de internación fue dado de alta. El 10 de diciembre de 1999 se puso la banda presidencial pero la bonanza comenzó a resquebrajarse no muy avanzado el 2000. Políticas impopulares y una desastrosa aparición en TV llevaron al público a preguntarse si el presidente padecía autismo. Sus colaboradores lo defendían alegando que mostraba signos de agobio y no podía conciliar el sueño.
El 3 de junio de ese año comenzó a sentir dolores en el pecho a poco de declarar ante los medios que iba a hacerse chequeos de rutina. Estudios revelaron que el entonces presidente padecía de complicaciones cardíacas. Incluso se llegó a rumorear que el mandatario sufría de arteriosclerosis. Con adecuados cuidados médicos la salud de De la Rúa mejoró pero no así el panorama político que llevó directo a la histórica noche del 19 de diciembre de 2001. «Nada de lo que sucedió ese día fue bueno ni para sus coronarias ni para el pueblo argentino», concluye Castro.
Menem lo hizo
«En una presidencia los niveles de estrés son muy altos y el desafío no es para cualquiera», opina Carlos Fara, presidente de Carlos Fara & Asociados. Tal máxima es ilustrada por la intensa preocupación que provocó la salud de Carlos Menem, cuando el expresidente debió ser operado por una obstrucción en la carótida derecha en 1993, a pesar del buen momento político que gozaba, transcurridos dos años del «1 a 1». Más interesado por un avión recién adquirido de u$s 66 millones que por otra cosa, una mañana evidenció una sensación física nunca antes percibida. Como suele ocurrir, la información que se dio al público fue falsa. «Se habló, en principio, de una gripe», señala el autor de «Enfermos de poder». De su paso por el Instituto Cardiovascular, Menem se llevó un rédito político enorme: un reacercamiento con Raúl Alfonsín que le permitió luego aspirar a la reelección.
En ese sentido, también Cristina Kirchner puede obtener algún beneficio de su situación. «La información siempre puede ser manipulada para crear un clima de preocupación y hasta de lástima, lo que puede influir positivamente en los votos», explica María Eugenia Santiago, profesora de historia política argentina en UCA. Como sea, la salud presidencial no es un tema de poca trascendencia y si no se informa es porque se genera más incertidumbre de la que se quiere prevenir. En cambio, si se produce más incertidumbre, suele ser adrede. «Muchas veces por torpeza y otras por estilo secretista no se informa», advierte Novaro.
Cuestión de Estado
El caso más dramático quizás fue el del expresidente Ortiz porque fue desplazado del cargo contra su voluntad. Su diagnóstico, una fuerte diabetes, se volvió una cuestión política y el primer parte sobre su salud deteriorada estuvo plagado de falsedades, a comienzos de la década de 1940, anunciando el final de la Década Infame. «Desde su campaña presidencial presentaba desmayos, debió pedir licencia y luego renunciar», rememora Santiago. Además, como refiere Castro, se llegó a formar una comisión sobre el estado de salud de Ortiz, parcialmente ciego y excluido del poder, principalmente, por su vicepresidente Ramón Castillo, con quien tenía muchas diferencias. «El caso de Ortiz muestra que, en ciertos momentos, algunos gobiernos pueden desacreditarse cuando la enfermedad conduce hasta la impotencia total», opina Novaro.
Relaciones ambiguas
Por su parte, Domingo Faustino Sarmiento decía sobre su segundo en la presidencia, Adolfo Alsina, que cada tanto lo invitaba a su casa para que viera lo bien que estaba de salud y que no había motivo para reemplazarlo. Pero Quintana, el primer presidente que murió en el ejercicio del cargo en 1906, no tuvo esa suerte y tampoco la opinión pública, porque la gente no se pudo formar una idea de la enfermedad mortal debido al el estricto silencio con el que se manejó el tema. Los primeros años del siglo XX fueron convulsionados y 1905 presenció una fuerte crisis. «La revolución ese año le produjo a Quintana un claro deterioro anímico del cual no se repondría», sostiene Castro. A la muerte de Quintana, en 1906, se sumaron las de otros dos expresidentes, Carlos Pellegrini y Bartolomé Mitre el mismo año. «Entre todas esas muertes, la de Quintana fue la menos importante», repara Muiño. A Quintana lo sucedió Figueroa Alcorta, hecho que cambió la política definitivamente. Se rompió el poder roquista porque más tarde asumió Roque Sáenz Peña, autor de la ley homónima. En ese año murió una generación de líderes políticos. Algo parecido se dio en 1942, al hacerlo Agustín Justo y Roberto Ortiz. Esto último despejó la vía a Juan Perón, quien llegaría al poder apenas un año más tarde.
Sáenz Peña (1910-1914), del PAN, es otro de los ejemplos de mandatarios fallecidos durante una presidencia. Ni bien asumió, comenzó a especularse con que padecía sífilis, ya que desde el inicio mostró que su salud no era buena y ésta comenzó a causarle serios problemas. El silencio con el que sobrellevó su dolencia le causó fastidio hasta el último día, de la misma forma en que tres décadas más tarde costaría caro a Ortiz.
El cansancio de Perón
«El caso de Perón fue muy grave porque tenía varios problemas de salud», afirma Muiño. En efecto, el médico Daniel López Rosetti, en su obra «Historia clínica», advierte que Perón volvió de su largo exilio en España aquejado por 11 males diagnosticados. En realidad, nunca se pudo hacer cargo de un tercer mandato y eso lo prueba su escasa duración. Su salud fue un tema mantenido en secreto y muy mal llevado, con médicos jóvenes, entre otros aspectos. Sin embargo, cuando gozó de buena salud en los años anteriores, fue muy hábil e hizo un manejo estratégico en la información de las enfermedades y dolencias de algunos de los miembros de su gabinete de ministros.
Años de plomo
El primer golpe militar, de 1930, también se relaciona con la enfermedad. El entonces presidente radical Hipólito Yrigoyen entregó el poder a su vicepresidente, Enrique Martínez, dos días antes del fatídico 6 de septiembre. «Parece que éste utilizó la salud de Yrigoyen porque ansiaba apoderarse del cargo», señala el autor de la obra sobre Alfonsín. Poco antes del golpe que marcaría la historia argentina del resto del siglo XX, la oposición comenzó a deleitarse con la idea de un líder incapaz, aquejado de insuficiencia renal (en ese entonces, llamada uremia). Yrigoyen sobrevivió poco menos de tres años al golpe con una salud más que débil y afectado por la tristeza de no volver jamás a sentarse en el sillón presidencial. z 3D
Presidentes de renombre internacional
“La historia mundial muestra que, en despotismos y dictaduras, el secreto sobre la salud presidencial es un instrumento imprescindible”, observa Claudio Fantini, analista político e internacional. Sobre muchos dictadores no se sabe a ciencia cierta cuándo y de qué murieron. También ocurre con los liderazgos personalistas en democracias mayoritaristas. Un ejemplo reciente y cercano reside en el hermetismo con que se manejó la internación del expresidentes venezolano Hugo Chávez en Cuba.
Pero también en países con mayor tradición democrática hubo ocultamientos. Hay serias dudas de que el pueblo de Estados Unidos haya estado correctamente informado sobre la salud de Franklin Roosevelt. Sus manipulaciones fueron una parte más en su ejercicio de liderazgo. Roosevelt gobernó mucho tiempo enfermo y, a pesar de su parálisis, nadie discutía su capacidad de gobernar. Sin embargo, pronto se abrió una discusión sobre cómo se manejó su salud. “No se informó del caso”, agrega Novaro. A veces, la democracia más seria no informa del todo sobre la salud del mandatario, pero, en el caso del citado presidente norteamericano, se comprende en el contexto de finalización de la Segunda Guerra Mundial.
Décadas más tarde, es probable que se haya repetido la actitud. Existen fuertes sospechas sobre el hecho que los médicos de la Casa Blanca hayan ocultado los primeros tramos del Alzheimer de Ronald Reagan, que comenzaron cuando el líder republicano aún estaba en la presidencia.
Finalmente, un ejemplo extremo de hermetismo reciente en otras latitudes se dio en el caso del fallecido presidente de Corea del Norte, Kim Jong-il, en diciembre de 2011, a quien lo sucedería su hijo, el joven Kim Jong-un.
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