Nuestros manos también son blancas
El asesinato no esclarecido del referente senegalés Massar Ba abrió el debate sobre cómo los medios invisibilizan a los afrodescendientes. En esta crónica anfibia, Matías Máximo y Omer Freixa analizan “el genocidio discursivo”, los abusos de la Metropolitana y cómo el lenguaje condena al igualar “trabajo esclavo” y “trabajo en negro”.
Hay diferentes versiones de lo que pasó la madrugada del siete de marzo, todas violentas. Lo que trascendió fue que los enfermeros de la ambulancia encontraron al referente senegalés Massar Ba con golpes en todo el cuerpo de la esquina de San José y México, en San Telmo, a la vuelta de su casa, y lo llevaron al hospital Ramos Mejía, donde murió unas horas después.
La autopsia mostró que no había heridas de defensa. Por lo que los forenses intuyen que una persona lo retuvo mientras otra o varias le pegaban. También están los registros de las cámaras callejeras yal menos una podríah aber captado en pleno la situación, por la perspectiva donde está colocada. Como en varias oportunidades Massar denunció públicamente a la policía, no se descarta la hipótesis de la violencia institucional.
Lo que no trascendió, pero se dice en los pasillos del hospital, es que cuando Massar entró por la guardia en estado de shock lo habrían derivado a un psiquiatra que lo medicó. Creyeron que estaba loco. A las horas, se le inflamó el abdomen y lo subieron al quirófano, donde lo operaron dos veces. No era una inflamación cualquiera: al parecer tenía la cadera partida: nadie se había dado cuenta. Si esto se confirmara, la muerte entraría en el terreno de la mala praxis. La causa está en secreto de sumario.
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El 21 de marzo de 2016, afuera de la fiscalía de instrucción séptima, la calle Paraguay quedó cortada unos minutos y varios policías llegaron para proceder con el protocolo de protesta.
—¡Basta de violencia racista! —gritó Ndathie “Moustafá” Sene, presidente de la Asociación de Residentes Senegaleses en Argentina (ARSA).
Massar Ba había llegado al país a mediados de la década del 90 con un visado de turista que tramitó en Dakar. Se buscó la vida trabajando de lo que le pudo, creció como activista hasta ser director de la Casa de África y siguió de cerca los reclamos de sus compatriotas vendedores ambulantes.Se casó, se separó y tuvo una hija, que vive en Senegal. Después de que hace unos meses la policía lo desalojara de la casa que habitaba en Palermo, vivió en una pieza por San Cristóbal, donde compartía espacio con compañeros de varias nacionalidades. En el último tiempo se dedicaba a representar y difundir artistas como Emanuel “Manu” Ntaka: el cantante de dreaklocks que tuvo sus momentos de fama televisiva con el grupo Mambrú.
—¡Basta! —respondieron 150 personas.
—¡Justicia por Massar Ba! —siguió Sene.
En 1991, Massar Ba entró a la Universidad Cheikh Anta Diop, de Dakar, donde estudió Filosofía y Letras. Al llegar a Argentina estudió política, hotelería y gastronomía. En su currículum figura el título Toefel de inglés avanzado y también capacitaciones de castellano en la UBA. Sus habilidades de oratoria y de relaciones públicas no tienen título que las certifiquen, pero nadie en la comunidad afro discutía su dirección de la Casa de África.
—¡Justicia! —las voces como un mantra.
Desde el edificio de la fiscalía asomaron algunas cabezas para ver qué pasaba. Moustafá fue recibido junto a Carlos Álvarez, de la Agrupación Xangó, y Miriam Gomes, de la Sociedad de Socorros Mutuos Unión Caboverdeana. En la puerta, después de la reunión con el fiscal, Moustafá comunicó lo que hablaron:
—Massar Ba no tiene familia en la Argentina y Senegal no cuenta con representación diplomática en el país. Por eso los Residentes Senegaleses queremos que se nos acepte como querella, para aportar todos los datos, hacer un seguimiento y que se haga Justicia lo más rápido posible.
La movilización siguió hasta el palacio de Tribunales, donde se reiteró el pedido de ser querella en la causa de “muerte dudosa” que tramita en el juzgado N°35. Con el paso de los días ese reclamo sería negado dos veces. La respuesta judicial, al momento, es que la ARSA no especifica en su estatuto que está conformada para litigar. Pero como no hay organización de derechos humanos que haga esa salvedad, ya adelantaron que van a continuar con el pedido hasta que los acepten.
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Massar decía que los medios de comunicación no podían cumplir una mera función de máquina de difundir problemas: insistía en que desde su función comunicacional también podrían aportar para construir una imagen no estigmatizada de sus costumbres.
Con ese espíritu participó en 2015 de una mesa de trabajo en la Defensoría del Público junto a otros referentes, donde debatieron hasta llegar a una guía de buenas prácticas que se llamó “¿Qué decimos cuando decimos ‘negro’ en los servicios de comunicación audiovisual?”. En esa reunión, Massar pidió la palabra dos veces. La primera, para presentarse y decir que las sociedades que no reconozcan su pasado esclavista difícilmente podrán construir inclusión. La segunda reclamó visibilidad:
—La parte que difunden los medios de comunicación masivos es siempre la problemática que hay en lo negativo. Ya sabemos que los últimos meses hubo mucha persecución policial por la policía Metropolitana de la Ciudad y que algunos canales ponen imágenes bastante agresivas: hay una forma particular de difundir una imagen que puede ser ofensiva. Por otro lado, cuando pasan cosas positivas, directamente no nos dan las cámaras ni los micrófonos. Sería bueno empezar a rectificarlo.
El decálogo de buenas prácticas que ayudó a escribir Massar llama a evitar la vinculación de la palabra “negro” con prácticas ilegales y clandestinas, o con ideas y descripciones consideradas como socialmente negativas. También pide dar a conocer los significados e implicancias de la denominación “afro-descendiente” para que sean utilizadas en los medios.
¿Qué significa afrodescendiente? ¿Da lo mismo que decir ‘negro’? No. No da lo mismo.
La calificación de “negro”carga con una herencia de 10 millones de africanos esclavizados en América entre los siglos XVI y mediados del XIX. Como una alternativa al estigma de la palabra, hace 15 años se impuso el término “afrodescendiente” entre los participantes de la Primera Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia. En 2010, por primera vez dentro del censo nacional,se le preguntó a las personas si se creían afrodescendientes y 149.493 dijeron que sí. Aunque según las organizaciones que los representan, en Argentina las personas con origen africano serían dos millones.
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Si un inspector quiere incautar material durante un allanamiento, el procedimiento correcto incluye la lectura de derechos, el listado de los productos a llevar y después el secuestro de la mercadería para llevarla a un depósito habilitado. Los vendedores afro dicen que en su caso se resume al secuestro y la desaparición de los productos, sin decirles donde los llevan y en algunos casos haciéndolos firmar actas con amenazas a punta de pistola.
En la avenida Avellaneda, del barrio de Flores, la tensión entre manteros y policía tuvo un nuevo capítulo esta semana, que incluyó cortes de calles y corridas. Gothé, que llegó de Senegal hace tres años, explicó frente a las cámaras su situación:
—Me levanto todos los días a las cinco de la mañana para trabajar. Vine al país porque quiero una posibilidad y no hago nada malo. Pago el monotributo, compro la mercadería legal. Quiero ser feliz, que mi familia esté bien y por eso me vine a buscar trabajo. Allá arriba en esas ventanas con rejas hay talleres clandestinos, la gente está encerrada y no sale en todo el día, pero a ellos no les dicen nada.
Cuando las cámaras señalaron las ventanas, las personas que se veían a través de ellas desaparecieron. El territorio presenta todo un mapa de complejidades de precarización, abusos y evasiones. Los comerciantes que tienen locales y pagan por el alquiler sienten que la competencia con aquellos que ocupan la vereda, y no pagan, es desleal.
Entonces suena la frase, que corta como látigo:
—Negros de mierda.
También puede ser “judíos de mierda”, “chinos de mierda”, “paraguas de mierda”, “bolitas de mierda” y “rusos de mierda”: la culpa del capitalismo salvaje y las desigualdades caen en ese otro que está cerca y tiene a la cara que escupirle insultos.
El gobierno de la Ciudad había pautado con los manteros de Flores que les darían espacios en una feria por la Chacarita, pero la obra quedó paralizada por falta de habilitación. Ahora está terminando un galpón para alojarlos en Once, pero Gothé ya no les cree nada:
—El lugar que están construyendo tiene espacio para 80 puestos y somos unas tres mil personas las que trabajamos en la calle. Dónde nos van a meter a todos, ¿nos van a apilar?
En un operativo de enero de 2014, a Nar, Thierno y Macoeou , que compartían habitación en un conventillo de Balvanera, la Metropolitana les secuestró la mercadería en un allanamiento hecho a la madrugada y a la fuerza: entraron a todas las habitaciones del edificio, maniataron a menores y desnudaron a mujeres.
Según denunciaron los tres senegaleses, junto a otros 17, fueron obligados a firmar mientras les apuntaban con una pistola, y para peor no entendían los documentos porque no hablaban español: se manejaban en francés y wolof, una de las lenguas oficiales en su país.
Thierno, que hoy tiene 20 años, recibió órdenes de un inspector. La explicación fue breve:
—No hay nada que hablar, sólo tenés que firmar —contó que le dijo el hombre.
La Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires denunció por este allanamiento a la policía y a los funcionarios del gobierno porteño responsables. La Metropolitana informó que la orden salió del Juzgado Penal, Contravencional y de Faltas N° 4, a cargo de Graciela Dalma, en el curso de una investigación por venta de mercancía ilegal en la vía pública.
Dos días después María Eugenia Vidal, hoy gobernadora y entonces vicejefa de la Ciudad, dio declaraciones al portal Infobae por las que se ganó una denuncia en el INADI.
“Cuando hay mafias, el Estado no se puede rendir. Nosotros venimos dando una pelea contra estas mafias desde hace mucho tiempo”, dijo Vidal refiriéndose a los vendedores ambulantes. “En el caso de Once además la instalación estaba desbordada y estaba facilitando la tarea delictiva de pungas, porque la gente tiene poco espacio para caminar”.
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Hace 20 años, en la misma guardia del hospital Ramos Mejía donde murió Massar, fallecía José Delfín Acosta Martínez, llamado desde entonces el “mártir negro del Río de la Plata”.
José Delfín tenía 32 años y a principios de los 90´ vivió la movida under del Parakultural, el Centro Cultural Rojas y la Varieté Mediomundo.
Horas antes de morir en el Ramos Mejía, José Delfín había ido a bailar al boliche de salsa Maluco Beleza, a cuatro cuadras del Congreso de la Nación. A las seis de la mañana, transpirado, envuelto en la agitación y el cansancio, salió en grupo a tomar un café con medialunas enfrente del boliche. Ahí vio que varios policías maltrataban a dos jóvenes afrobrasileros que también habían salido de Maluco.
—Cuando se acercó a pedir que terminaran con la golpiza se la tomaron contra él. Les mostró el documento y los policías lo revolearon al suelo —dice la DJ del local de esa noche Verónica Brotzman—. Como nos dijeron que los llevaban a la comisaría quinta fuimos a declarar lo que había pasado, a ver cómo estaba y a denunciar el abuso policial.
Pasó todo rápido y con una impunidad grosera, por eso los que estaban esa madrugada quedaron salpicados de impotencia.
—No pudimos. Dijeron que en la comisaría había tenido una crisis de epilepsia y que se golpeaba solo la cabeza contra el piso. Nos enteramos que a las pocas horas lo llevaron al Ramos Mejía. Tenía tantos golpes que no le resistió el cuerpo.
A tres días de la muerte, Ángel Acosta Martínez, hermano de José Delfín, dio una conferencia de prensa frente a la comisaría quinta relatando lo que para él a todas luces se trataba de un asesinato. Al día siguiente el diario Clarín publicaría, en una nota que no está en digital, que la policía había dicho oficialmente que la muerte se debió “a la reiterada ingesta de clorhidrato de cocaína” .Al presentarse para reconocer el cadáver de su hermano,Ángel vio que el cuerpo tenía marcas de golpes imposibles de habérselos hecho él mismo. A los seis meses logró repatriar los restos a Uruguay –donde José Delfín vivió hasta su adolescencia- y le hicieron una segunda autopsia, que demostró por tres médicos que la muerte fue provocada por torturas.
Ángel fue el objetivo de una persecución que lo convenció de exiliarse para seguir vivo: le marcaron los horarios, las rutinas y lo amenazaron con una frecuencia que lo atormentaba a donde fuera.La causa judicial entró en un laberinto de cajones y el paso del tiempo ayudó a que los folios se archivaran varias veces. En 2002la Comisión Interamericana de Derechos Humanos recibió una petición de justicia por el caso y en 2013 le dio admisión. La CIDH recomienda al Estado argentino y a los demandantes sentarse y dar una solución amistosa.
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Una crítica frecuente al término afroargentino (y a lo “afro” como prefijo antepuesto a cualquier nacionalidad) es que se lo supone por fuera de la identidad nacional: si todos son igual de argentinos no debería haber ninguna diferenciación.
Más allá de las categorías, otro problema de raíz está en que afroargentinos, afrodescendientes y negros son representaciones que se contraponen a un ideal historicista de pertenencia blanca y europeizada, que se construyó en el tiempo tanto en las ficciones literarias como en escritos pilares del pensamiento nacional como los de Mitre y Sarmiento.
Por eso es que resultan importantes las conquistas en el calendario popular como el 17 de abril, Día del afroargentino del tronco colonial (en homenaje a los descendientes de esclavizados durante la colonia) o el 8 de noviembre, fecha en que se conmemora, por ley, el Día Nacional de los afroargentinos y de la cultura afro (en recuerdo a la capitana María Remedios del Valle, combatiente afrodescendiente al mando de Manuel Belgrano apodada “Madre de la Patria”).
Toda América presenta, desde la colonia, una raíz tripartita: europea, originaria y afro (más la de otros aportes inmigratorios posteriores, como el sudasiático). Si bien los afrodescendientes son una presencia bien visible en naciones como Brasil, Colombia y Cuba; se los eliminó del registro de la memoria histórica en países como Argentina, Costa Rica y México. Esto se denomina un “genocidio discursivo”: borrar personajes y situaciones para visibilizar a otros.
Si, como se suele decir, la historia la escriben los que ganan, a la historia negra se le arrancó una primera batalla que podría haber protagonizado.
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—Váyanse a su país, negras de mierda.
El lenguaje como puñal.
Así le dijo el encargado de un edificio a una joven que estaba con su manta de juguetes vendiendo en la vereda, en el barrio de Balvanera, para el día del niño pasado. “Primero el hombre le gritó ‘no quiero ver una negra cuando salgo a la puerta’. Mientras insultaba también empezó a romperle la mercadería y después la pateó en el estómago. La chica estaba en la Argentina hacía un mes y medio y no comprendía bien lo que le decía.Cuando llegó la hermana le preguntó al policía por qué no hizo algo para detener el ataque y el portero salió otra vez y empezó a golpearlas a las dos, delante del policía”, recuerda Miriam Gomes, de la Sociedad de Socorros Mutuos Unión Caboverdeana que acompañó a las jóvenes en el proceso judicial.
Ese mismo agosto un grupo de 300 senegaleses, entre los que estaba Massar, marchó desde el Congreso hasta la Legislatura para repudiar los abusos de la Metropolitana y la discriminación constante. Una de las respuestas efectivas que recibieron al mes siguiente fue un convenio firmado entre la ARSA y el Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad “para coordinar prevención y control de la violencia institucional contra los vendedores ambulantes, garantizar sus derechos económicos, sociales y culturales, políticos y civiles”.
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Un lugar común es la negación y el pensamiento de que si las personas tienen fenotipo negro ineludiblemente deben ser extranjeros. Como le pasó en 2002 a María Magdalena Lamadrid, la “Pocha”, en el aeropuerto de Ezeiza.
—Este pasaporte debe ser trucho —le dijeron en Migraciones.
La Pocha tenía que viajar a una conferencia en Panamá, pero como la tuvieron demorada seis horas perdió el vuelo. Una paradoja: el tema de la conferencia era el racismo.
“Me preguntaban si hablaba castellano, si era peruana y decían que el pasaporte no podía ser verdadero porque yo era negra”, contó en una entrevista.
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El 5 de abril de 2016 se cumplieron 20 años de la muerte de José Delfín y en el salón del Movimiento Afrocultural de San Telmo estuvo su foto junto a una vela y la imagen de Iemanyá, diosa umbanda del mar. ¿Quién era José Delfín? ¿Qué significa hoy para el movimiento afro? Más de treinta activistas, académicos, compañeros de baile y músicos compartieron sus relatos esa noche.
Sandra Chagas, que bailaba con José Delfín, tenía puesta una remera estampada con una imagen de los dos en pleno baile. “Lo recuerdo con felicidad. Cuando bailabas con él era imposible no tener una sonrisa”, dijo mientras su madre, la Pocha –discriminada en el aeropuerto-, asentía desde un sillón.
El antropólogo Alejandro Frigerio lo recordó bailando capoeira:
—En los 80’ era más una cuestión de juntarnos y divertirnos. Después, con el paso del tiempo, nos dimos cuenta que lo que estábamos haciendo era militar una causa. Su muerte es muy emblemática porque nos dice cómo funciona el racismo en la Argentina. Con solo cruzar la calle, pasó de la exaltación a la muerte.
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En el primer censo que se hizo en 1778 en el territorio de lo que sería Argentina, se contaron 92 mil afrodescendientes (negros y pardos) sobre un total de 200 mil habitantes: el 46% de la población. Argentina también es negra, pero no tanto.
Es decir: en África no existe “el negro” sino que sus pobladores son llamados por su adscripción a las distintas comunidades que habitan en sus zonas. Por eso también la idea de resumir todo en “el negro” resulta discriminatoria, poco precisa e irrespetuosa de la diversidad identitarias. Sentirse parte de un lenguaje es ganar libertad.
La demanda de historicidad de la cultura afro no pide que se la respete como a una cultura subalterna. No. Un reclamo de las organizaciones es trabajar sobre el reconocimiento de su identidad como un espacio legítimo de pertenencia cultural, con entidad histórica y costumbres que se inscriben en el patrimonio desde la fundación del país.
Volver al pasado para entender las etimologías discriminatorias del presente tiene un sentido que trasciende lo declamativo: significa construir un lenguaje donde decir “trabajo esclavo” no signifique lo mismo que “trabajo en negro”. Donde el significante “lista de persecución” no lleve al signo “lista negra”. Y donde la paleta de colores tenga al negro como una opción no solo para ilustrara los infames, sino también a los prócer.
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