Revolución, independencia y negritud
El 9 de julio propicia una buena ocasión para repensar la identidad argentina. En un país que se miró en el espejo europeo, la cuestión de la negritud es un tema silenciado, negado, casi ignorado en la agenda pública. Por ejemplo, ayer se cumplieron cuatro meses de la muerte de un activista senegalés, Massar Ba, en la ciudad, mala noticia y un caso hasta ahora impune sobre el que escribí en algunos medios y en este espacio.
A nuestro país le cuesta asumir la raíz afro, a pesar de que hay casi 150 mil afrodescendientes autorreconocidos en el último censo nacional, en 2010, año del Bicentenario de la Revolución de Mayo.
En el marco de otro Bicentenario, el de la celebración del Congreso de Tucumán y de la Declaración de Independencia, conviene recordar que el afrodescendiente ha sido considerado el primer desaparecido, borrado del registro de la memoria histórica y hasta con la presunción de ser eliminado físicamente mediante guerras, epidemias, mestizaje y deficitarias condiciones de vida, a lo largo del siglo XIX. La presunción de que el «negro» desapareció de la nación argentina se plasma con infantilismo (que dista de ingenuidad) en el festejo del 25 de Mayo, ocasión en que algunos alumnos representan personajes afrodescendientes, y para el 9 de Julio todos los representados son blancos. Es lo que condensa la versión Billiken, producto de la historiografía liberal y clásica. Esta visión explica, como si se tratara de un acto de magia, que, en poco más de un lustro, se acabaron los «negros» en Argentina. Es lo que la educación en líneas generales enseña.
De modo que no sorprende leer a un célebre intelectual como José Ingenieros cuando, a comienzos del siglo pasado, sugería la protección para una extinción agradable de la raza y el pedido de piedad respecto a «estas piltrafas de carne humana», refiriéndose a los afroargentinos. Es un bagaje que, aunque alterado o morigerado tal vez, en cierta forma llega hasta hoy. Estas coordenadas históricas explican posiblemente que la muerte de un personaje de renombre dentro de una comunidad de la Ciudad de Buenos Aires, como la senegalesa, apenas conmueva y tenga una repercusión casi nula en la agenda pública.
El histórico Tucumán
El 9 de julio de 1816, los representantes de las Provincias Unidas de Sudamérica, tal como reza la declaración del Congreso de Tucumán, pronunciaron la independencia «bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama». El contexto era muy desfavorable por el avance y la reconquista española en casi todos sus dominios americanos, y, sumado a ello, en el plano de la política interna, algunos desafíos como el artiguista, en cuya Liga de los Pueblos Libres se habría declarado la independencia un año antes que en Tucumán, aunque apenas si hay evidencias disponibles de eso.
Como sea, es mucho más conocido el debate político sobre la futura forma de la organización nacional que se desarrolló en los meses de reunión del Congreso que algunas cuestiones sobre afrodescendencia relativas al momento histórico que se vivió en general. Sobre la organización nacional, el Congreso no dirimió nada, sólo tomó la importante resolución de declarar la independencia dada la urgencia del contexto histórico que se vivía.
El debate entre monárquicos y republicanos dio cierta visibilidad al proyecto de monarquía temperada con un descendiente de la casa incaica como monarca, defendido en primer término por Manuel Belgrano y que recibió el beneplácito de José de San Martín, entre otros, como así tuvo sus detractores. A tal efecto, se propuso al medio hermano de José Gabriel Condorcanqui (más conocido como Túpac Amaru II, responsable de la mayor rebelión colonial contra el dominio hispano, en 1780). A la sazón, el pretendiente se hallaba preso hacía añares en el norte de África como castigo a la familia de José Gabriel, y no fue liberado sino cuando ya tenía una edad muy avanzada. Desde luego, hubo otros proyectos de organización en un país en ciernes, por ejemplo, con príncipes europeos a la cabeza, pero en ninguno se trató la posibilidad de coronar a un afrodescendiente.
Sin embargo, en la América del pasado hubo monarcas negros, como Benkos Bioho, en la actual Colombia, Zumbi dos Palmares, en el norte de Brasil, o Gaspar Yanga, en el entonces Virreinato de Nueva España, tres experiencias en distintos tiempos coloniales, producto de la lucha contra la infame esclavitud iberoamericana. Era impensado un líder afro con el recuerdo vivo de los descomunales y los sangrientos excesos de la Revolución haitiana (1791-1804), que, paradójicamente, foguearon el anhelo emancipatorio iberoamericano cuando se consolidó la segunda nación libre de América.
Hidalgo y los gauchos
La Banda Oriental dio un personaje en líneas generales mal conocido, Bartolomé Hidalgo, oriundo de Montevideo, humilde y pionero de la poesía gauchesca. Desde el inicio se sumó a las fuerzas del prócer uruguayo José Gervasio Artigas como tantos otros paisanos, donde ejerció variedad de funciones y cargos. En el esfuerzo por fortalecer a las huestes orientales, no por ello abandonó la labor literaria, que le dio renombre al escribir sus obras más reconocidas, en Buenos Aires, entre 1818 y 1822. Conociendo la vida gaucha, compuso geniales versos. Sobresalen coplas revolucionarias escritas en contra de los invasores, cuando la Banda Oriental comenzó a ser codiciada por los portugueses desde Brasil, a partir de 1816. En el Cielito oriental imbricó el portugués y el español y en un momento del poema amenazó a Portugal con que su sepulcro sería «sem duvida á Banda Oriental».
Mucho se ha discutido la autoría de Cielito de la Independencia, con el argumento de que no podía haber sido escrito por Hidalgo, puesto que él revistaba en el ejército de Artigas y no pudo prestar atención a lo que acaecía en Tucumán en 1816. Como sea, en dos lúcidas estrofas el poema indica:
«Hoy una Nación
en el mundo se presenta,
pues las Provincias Unidas
proclaman su Independencia». (…)
¡Viva la Patria, patriotas!
¡Viva la Patria y la Unión,
viva nuestra independencia,
viva la nueva Nación!»
Si hay dudas sobre la autoría de la pieza anterior, indudablemente Hidalgo fue pionero de la literatura gauchesca y sus versos sirvieron con entusiasmo a la causa revolucionaria, a la vez que la revolución dio lugar a este género, lo que evidencia el origen de un importante canal para atraer la participación popular en la política de entonces. A su vez, la gauchesca situó a los paisanos como protagonistas indiscutibles de los versos, lo que contribuyó a cierta igualación en lo escrito, a tono de la igualdad y la libertad pregonadas por el movimiento revolucionario.Hidalgo, de origen humilde, se supone que pudo haber sido afromestizo, pardo, como se le llamaba en la época a la persona de ascendencia blanca y africana, o también mulato, aunque en forma más bien despectiva, al indicar su pertenencia a las castas coloniales. El mismo origen étnico se especula sobre el prócer salteño Martín Miguel de Güemes.
En suma, este pequeño artículo busca iluminar el aporte de los de origen africano a los esfuerzos patrios y de otros que hicieron la historia de los países modernos, no sólo de la Argentina y de Uruguay, y cuyo origen humilde, en muchas ocasiones, ha castigado con el olvido o el silencio su accionar. Por lo general, el gaucho, arquetipo social de las pampas y cuando no guerrero de la independencia, contuvo en su prosapia tintes indiscutidos de afrodescendencia. Es hora de quitar el manto de omisión y desprecio que recubre estos temas. Por una Argentina verdaderamente más inclusiva.
Publicación:
http://www.infobae.com/opinion/2016/07/08/revolucion-independencia-y-negritud/