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Lecciones del milagro asiático, a 15 años de la crisis

Lecciones del milagro asiático, a 15 años de la crisis
En 1997, las economías del sudeste asiático sufrieron el peor golpe de su historia. Cómo le ganaron a la crisis y lograron convertirse en jugadores centrales para el nuevo orden global. Lecciones para el presente, claves y desafíos. Un análisis en perspectiva de los especialistas consultados por WE.

 

 

En apenas 0,24 segundos, el principal motor de búsqueda en Internet arroja 405 mil resultados para la combinación «tigres asiáticos». No es extraño, si se tiene en cuenta que, en el último año, el sudeste asiático creció a un ritmo mucho mayor que el nivel global.
Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán suman un PBI de u$s 3.135,80 millones, 84,6 millones de habitantes y concentran una fuerza laboral de 43,2 millones de trabajadores. Tienen en común mucho más que su proximidad geográfica: protagonizaron un golpe que afectó sus economías en 1997 y detuvo su impresionante crecimiento, el «milagro del Asia Oriental», puesto que desde fines de la Segunda Guerra Mundial habían crecido más rápido que los mercados emergentes de América latina.
¿Cómo lograron los tigres asiáticos vencer a la crisis que amenazó con tumbarlos y convertirse en jugadores centrales del nuevo orden global?

Radiografía de una crisis

Junto a otras economías de la región, las de los denominados «dragones» habían sido las de mayor crecimiento en los 30 años previos a 1997. Sin ir más lejos, incrementaron su PBN per cápita entre 1985-95 a una tasa anual media igual o superior al 4%. Según datos del Banco Mundial (BM), entre 1990 y 1997, mientras el PBI de la región (excluyendo Japón) creció un 9,9%, el de América latina sólo había aumentado 3,3%. En menos de cuatro décadas, pasaron de ser economías agrícolas con fuertes tasas de desempleo a potentes países industrializados.
La semilla del crack se sembró el 2 de julio de 1997, cuando Tailandia devaluó su moneda en un 18% tras fuertes ataques especulativos, producto de una sobreextensión del crédito que derivó en una burbuja del precio de activos inmobiliarios. De allí, el efecto reactivo al resto de la región no se hizo esperar.
«La crisis tuvo la originalidad histórica de comenzar en un país en vías de desarrollo y propagarse hacia las economías más grandes de la región, al revés de lo que explica la literatura económica», sostiene Gustavo Girado, director del Centro de Estudios Asia & Argentina.
Visto en perspectiva, el modelo del sudeste asiático era recomendable para el logro de un crecimiento sostenido y cualquier percance se veía improbable.
«La crisis fue una sorpresa, tanto por su intensidad como por su extensión regional», agrega Alejandro Jacobo, docente de Ciencias Económicas en UCA.
«Se produjo un efecto cascada en la mayoría del resto de los países del sudeste asiático», sentencia Carlos Spadone, presidente de la Cámara Argentina Chino de Comercio.
Inmediatamente, devaluaron Malasia, Corea del Norte e Indonesia. La crisis se propagó a Corea del Sur y a Hong Kong, donde sus Bolsas colapsaron. A diferencia, Taiwán y Singapur fueron relativamente menos afectados, si bien la crisis la sintieron todos.
«Vista en perspectiva, la crisis asiática es uno de los antecedentes de la rusa de 1998», advierte Santiago Massia, economista senior de Ecolatina.
Una manifestación general fue la súbita caída de los precios de los inmuebles que desinfló la «burbuja inmobiliaria».
El auge exagerado del crédito permitido por un grado creciente de liberalización sin demasiado control de varias de las economías regionales generó una burbuja de activos tanto en la bolsa de valores como en el sector inmobiliario, y un proceso de inversión excesiva que creó una exuberancia de capacidades y rentabilidades decrecientes. El ingreso de capitales privados a Tailandia, Malasia, Corea del Sur y Filipinas fue de u$s 97.000 millones en 1996. «La crisis luego hizo colapsar esa cifra a menos de u$s 12.000 millones en 1997», resume Héctor Rubini, profesor de economía en UADE.
Asimismo, ingresó una elevada cuota de capital extranjero que desembocó en una apreciación real de las monedas asiáticas. Esto provocó un menor crecimiento de sus exportaciones, con el concomitante aumento del déficit en cuenta corriente, es decir, deuda externa a corto plazo.
«Liberalizar los flujos de capital con un tipo de cambio fijo se hizo insostenible», reflexiona Mariano Turzi, coordinador del Programa Asia-Pacífico de UTDT.
La devaluación era inminente. «En sus vísperas, muchos de los inversores inmobiliarios estaban en quiebra y la mayoría de las torres de oficinas construidas desde 1995 iban a llenar rápidamente las cuentas de oficina pública encargadas de la reestructuración financiera», observa Jacobo. Los gobiernos reaccionaron subiendo la tasa de interés para frenar la huida de capitales. «Pero cuando ya nada podían hacer, pues la fuga de capitales era una circunstancia ineludible, tuvieron que dejar fluctuar sus monedas, las que se depreciaron mucho frente al dólar», complementa.
¿Cómo se defendieron o intentaron salir de esta crisis los tigres asiáticos y demás países de la región? La solución no fue rápida.
«Para todos significó una pérdida de confianza de los mercados internacionales y una revelación de la vulnerabilidad de los modelos orientados a la exportación. Los gobiernos decidieron acumular reservas», afirma Turzi. Todas las economías emergentes disminuyeron su tasa de crecimiento, se vieron perjudicadas por una salida de capitales, volviéndose más vulnerables al financiamiento de los déficits y millones cayeron debajo de la línea de pobreza. La crisis asiática obligó a disminuir la dependencia de fondos externos, por lo que se introdujeron programas de ajustes, aunque no en todos los casos.
«Algunas economías salieron de la crisis siguiendo políticas del FMI con altísimo costo político y económico, y otras, como Malasia, lo hicieron desplegando fuertes políticas proteccionistas», rememora Girado.

Tras el incendio, cenizas quedan

Con la crisis asiática surgió un nuevo apremio en los intentos de reformar y fortalecer el sistema financiero internacional. «Asia entendió la lección: la globalización de los capitales aumenta oportunidades, pero también incrementa la exposición al riesgo y la volatilidad», señala el coordinador en UTDT. Las lecciones indican que las crisis son una concomitancia, casi inevitable, de la operación de los mercados financieros y que su prevención nunca será perfecta.
«La resolución implicó una nueva agenda doméstica, reacomodamientos geopolíticos severos y el ascenso de China como aspiradora regional con fuerte ascendiente sobre sus vecinos, ya que no devaluó como los demás», resume Girado.
¿Qué lecciones depara 1997 para el presente? Las crisis son recurrentes e inevitables. ¿Elementos en común con la gran recesión de 2008-2009? Las causas. Para Turzi, hay que buscarlas en un origen común: excesivo endeudamiento, irresponsabilidad crediticia y altos déficit fiscales y de cuenta corriente. Otro punto en común: el endeudamiento, si bien los países sudasiáticos lo contrajeron en moneda extranjera y actualmente Europa y los EEUU en las suyas. Rubini destaca que, en ambas crisis, existió un rápido crecimiento de los préstamos hipotecarios en los cinco años previos a los estallidos.
Una diferencia clave es que la crisis de hace 15 años se dio en la «periferia» del sistema financiero global -y la actual se da en su centro-, además de que se circunscribió a esos países, con cierto impacto en las naciones proveedoras y una transitoria suba de riesgo país que incrementó el costo de endeudamiento para algunos emergentes. Además, existen diferencias en el saldo de las cuentas fiscales: en 1996 Malasia, Indonesia, Tailandia y Corea del Sur mostraban resultados superavitarios, mientras que en 2008 todos los PIIGS exhibían déficits fiscales entre 2,5% del PBI (Italia) y casi 10% del PBI (Grecia).
«Hoy China es la gran superpotencia de Asia y todos los países asiáticos, en mayor o menor medida, están atados a ella como clientes o proveedores», agrega Spadone. Hace 15 años, el coloso asiático allanó la vía para llegar a la posición destacada que goza hoy y por la cual no se resiente tanto como Europa y los EE.UU. de la crisis subprime. Esta última, iniciada en 2008, es hasta ahora la más devastadora y de mayor alcance desde la Gran Depresión de los ’30: sólo entre mediados de septiembre de ese año y marzo de 2009, destruyó riqueza financiera por u$s 34 billones. «Es un monto superior al PBI conjunto de EE.UU., Japón y la UE de 2008», concluye Rubini. z we
Coletazos en América latina
Si bien no fue tan dura como la crisis subprime de 2008 a nivel global, los problemas de Asia durante 1997 repercutieron en América latina. Para el período 1997-2011 las importaciones argentinas desde el bloque ASEAN más Hong Kong y Corea del Sur aumentaron de u$s 1319 millones a u$s 3424 millones, y las exportaciones allí de u$s 1083 millones a u$s 5076 millones (6,8% del total). No obstante, mientras duró la crisis entre 1997 y 2000, el monto fue negativo. De allí en más el comercio con dicha región siempre tuvo saldo positivo para la Argentina, alcanzando en 2011 un superávit de u$s 2283 millones. En 1997, el país de nuestra región más afectado fue Chile ya que en 1996 el 14,1% de sus exportaciones se orientaba a ocho países de la región. También disminuyó en éstos la demanda de petróleo proveniente de Ecuador, México y Venezuela. Por otro lado, aumentó el riesgo país percibido para la deuda de gobiernos de América latina, que se vieron obligados a postergar hasta el año siguiente en algunos casos la captación de fondos en el exterior vía emisión de bonos. En ese aspecto, el país más afectado fue Brasil donde se dio un ataque al real y una fuga de capitales por u$s 8000 millones en octubre de 1997.
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