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Negros y poder en la Argentina

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Cristina Fernández, en 2012, durante un viaje al continente negro Foto: Archivo

 

Estamos en un mes importante para los afrodescendientes en la Argentina, unos 150.000 reconocidos a sí mismos según el último censo, aunque se admiten unos 2 millones. El 8 se celebra el Día Nacional de los/as afroargentinos/as y de la cultura afro. Se trata de un tardío reconocimiento (desde 2013) a la efeméride que rinde homenaje a María Remedios del Valle, designada Capitana por el prócer Manuel Belgrano. Ella es un aporte entre tantos más a numerosos personajes de la historia argentina con raigambre afro que un relato oficial de la historia continúa intentando silenciar.

Sin embargo, desde el poder de turno, la gestión kirchnerista asume de una forma diferente la cuestión negra. Además de lo antedicho, construye el discurso del poder en relación a sus simpatizantes en donde las referencias a lo negro son importantes. El empleo de lo «negro» entronca, una vez más, en la tradición peronista de reivindicación de los sectores populares y marginados.

¿Pero qué se entiende por dicha palabra hoy? El concepto cambió en demasía su significado con el correr del siglo XX. Previo a ello, hizo alusión a los descendientes de esclavos o quienes mismos lo fueron. Pero, como indica el sentido común, Argentina es un país blanco (o al menos eso explica el mito) y los negros desaparecieron. Partiendo de esa premisa se asume que negros, fenotípicamente hablando, ya no los hay, por lo que dentro de ese rótulo hoy ingresa un conglomerado de grupos heterogéneos identificados más por una cuestión clasista que étnica, si bien en alguno puede presentarse un fenotipo negro. Entonces, aunque puede aludir a un color de piel «no blanco», las postrimerías del siglo XX anunciaron la asociación de lo negro con la marginalidad, la pobreza y la exclusión, con determinados hábitos de vida y una cultura popular plebeya. Ahora bien, esta nueva clasificación permite que una persona puede reconocerse a sí misma negra siendo blanca y de rasgos europeizados. Es la expresión «negro de alma» que resume todo lo escrito, más un comportamiento que una condición física.

El término «cabecita negra» denominó a los inmigrantes provenientes del interior (los criollos, sectores humildes, mestizos y con fuerte ascendiente originario) que, llegados al área metropolitana a partir de la década de 1930, fueron cooptados por el movimiento peronista. Nadie reivindicó el hecho de ser «no blanco» en ese entonces. Al contrario, tanto los seguidores de caudillos populares, como Yrigoyen y Perón, fueron denostados por ser «negros». En contraste, la reivindicación de lo negro apareció desde la década de 1980, momento en el que surgieron manifestaciones culturales y políticas de clase baja ensalzando lo negro e incisivamente críticas frente al mito de una Argentina blanca. De todos modos, a esa altura ya se perdió el origen africano dentro de esa representación aunque el sentido peyorativo del término está lejos de extinguirse. Un ejemplo se da en la música popular con la cumbia villera, cuyos seguidores se reconocen como negros por su origen humilde.

En la reivindicación política de lo negro también participa el kirchnerismo. Desde 2008, el gobierno sostiene una estrategia de confrontación social basada en la oposición entre blancos y negros. En esta opción política sobresale la actitud del dirigente piquetero oficialista Luis D’ Elía, de conocidas prédicas incendiarias contra los adversarios del régimen. En marzo de 2008, mes en que el gobierno adquirió una combatividad flagrante contra éstos a raíz de la pelea desatada con los sectores hegemónicos del campo, al aire, en un programa radial, D’Elía manifestó que odiaba al anfitrión por pertenecer a una clase social acomodada y por defender un modelo de país distinto al que aspira el proyecto nacional y popular que encarna el kirchnerismo. En una palabra, expresó un odio visceral contra lo blanco, sintiéndose D’Elía un digno exponente de los sectores plebeyos sumado a que fue interpelado como negro en un sentido despectivo por su conductor, el fallecido comediante Fernando Peña.

No solamente D’Elía estuvo en problemas en el episodio anterior. Pocos días antes de este duro cruce, en el agitado ambiente político de ese mes de marzo, el hombre incondicional del kirchnerismo había agredido a un manifestante durante un cacerolazo a favor del campo en Plaza de Mayo, el cual el líder piquetero leyó como un intento golpista por parte de la oligarquía. La víctima en un momento le dijo «negro, mercenario, represor», por lo que la respuesta violenta del kirchnerista tuvo su correspondiente castigo de cuatro días de prisión.

Otro ejemplo del despliegue de esta construcción discursiva tuvo lugar en un momento también de convulsión social, durante la oleada de cortes de luz de fines y comienzos de año que acompañó la acostumbrada incertidumbre y el malestar de diciembre en el país (con más de una decena de muertos). Una funcionaria oficialista celebró la presencia de gente sin suministro eléctrico en el barrio porteño de Recoleta. Este último es un referente dentro de las zonas acomodadas de la ciudad, un ambiente de «gente bien», como se dice, en relación a su blanquitud y la ausencia de pobres, o negros.

Defensa incondicional

En 2014 también sobresalió la defensa a los sectores populares por parte del gobierno dentro de la oposición blanco-negro. Un momento delicado se produjo entre marzo y abril atento la ola de linchamientos a delincuentes en el país. Los sectores afines al gobierno defendió el derecho a la vida de los malhechores argumentando que el ajusticiamiento es homicidio y echaron la culpa al fogoneo mediático funcional a determinados sectores opositores, mientras voces críticas pedían hacer justicia por mano propia frente a los reos, vistos como negros, y el abandono policial, de quien achacaron la culpa al gobierno dentro del tópico tan mentado de la inseguridad. Quizá tomando nota de estos lamentables hechos, el Ministro de Economía, Axel Kiciloff, pocas semanas después hiciera una defensa de los pobres frente al racismo imperante en el que muchos los conciben como negros, explicó el joven funcionario, agregando que ese desprecio obedece a una tradición aristocrática de rechazo al más desposeído. Por su parte, el ultrakirchnerista Víctor Hugo Morales elogió ciertas virtudes de vivir en las villas miserias y la elección voluntaria de quienes optan habitar en estos barrios carenciados.

Es decir, en el dilema sarmientino de civilización o barbarie, se puede afirmar que los adherentes al gobierno han adoptado la defensa del segundo, o al menos así lo expresó un diputado K, en el apoyo a los sectores más vulnerables, los llamados despectivamente «negros de mierda», por ejemplo, el nombre elegido por un colectivo de militantes a favor del proyecto oficialista, quienes usan la cuenta @LosNDM en Twitter, y se reconocen a sí mismos como negros peronistas. Surgieron en otro momento álgido, al calor de la discusión de la ley de medios de comunicación en 2009. De la otra vereda, un fake en la misma red social tiene más de 170.000 seguidores y recuerda estar en contra de «árabes, hebreos, homosexuales, negros, peronistas y lacra en general». Un país de amplios contrastes y de una divisoria política y social infranqueable. No hay duda de que el peronismo (o el kircherismo) así lo supo concebir, siempre.

 

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http://www.eleconomistaamerica.com.ar/sociedad-eAm-argentina/noticias/6239132/11/14/Negros-y-poder-en-la-Argentina.html#.Kku8k5mG4UkRyRL

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